No lo puedo evitar, en estos días ando removida. Es como si de pronto me hubiera dado cuenta de alguna cosa importante, pero que no puedo dilucidar. Algo grande me debe estar pasando y yo no lo he notado, pues no puedo parar de pensar en mi infancia, a la que regreso obsesivamente tal como si quisiera desentrañar algún secreto escondido ahí. Ah, Freud, a esta hora con ese recado...
Es como si bajase a la tierra después de un largo viaje y me percatase de pronto de lo lejos que he estado de mis orígenes, de lo poco que queda en su sitio del paisaje de mi infancia, y pensando en esto me ha picado un poquito la conciencia porque en toda esta vorágine de los últimos años me he olvidado de amigos, familiares, y es tan injusto... aunque también es cierto que en este mundo estamos de paso y que hay que aceptar que hay personas a las que no volveremos a ver porque así está escrito, pero estas probabilidades aumentan si uno no saca tiempo para dar un telefonazo, apenas para saludar y decir que estamos aquí, aunque no sirva de mucho, pero intentarlo, no dejar que el olvido sepulte bajo su pátina lazos que en su día fueron inquebrantables, porque no hay que confiarse: el olvido es persistente y puede romperlo todo, aunque uno piense lo contrario. La realidad es lo que vivimos día a día, el resto forma parte del baúl de los recuerdos o queda tristemente borrado.
Pienso insistentemente en las mujeres de mi entorno: en mis tías, primas, abuelas, en fin, todas las que me sirvieron de modelo y de las cuales he heredado algo. En mis tía Loren y Tere, en cuyo espejo me veo cada vez más reflejada, porque son, quizás, las más soñadoras, y también las más alegres y despistadas. Es increíble cómo, al recordar anécdotas de mi niñez, encuentro tanto parecido entre ellas y la que soy yo ahora, y es tan reconfortante recordar sus cuidados e incluso sus regaños, el modo natural en que me auparon, con más instinto que conocimiento, con alegría, siempre. Pienso en mi madre, de quien he heredado el lado melancólico, el gusto por la palabra y la canción, y me regocijo de que corra esta sangre por mis venas, esta sangre plebeya, guajira por los cuatro costados, huérfana de tradiciones asfixiantes.