lunes, 1 de febrero de 2010

Hipótesis alternativa

Ya volví de Cuba, ¿ya volví de Cuba? Eso parece, pero aún en mi mente recorro las calles de la Habana, de esa Habana mía de posguerra, sucia e inhóspita y sin embargo encantadora.
Necesitaba acoplarme de nuevo al ritmo de la vida allí, a ese deambular sin prisa ni rumbo definido; al cafecito en la casa de la gente escuchando esas historias que corren de boca en boca como pólvora encendida y entretienen durante la larga espera de tiempos más felices que se resisten a llegar. Necesitaba -por más que sea un tópico- el calor de la familia, la alegría contagiosa de mis compatriotas, la carcajada sonora y los brazos abiertos al saludo efusivo y sin reservas. Buscaba una respuesta y para hallarla fue preciso adentrarme en un viaje espiritual, íntimo, profundo, hacia ese territorio desterrado de mis recuerdos, sabiendo que era ingenuo pretender revivir el pasado, y a pesar de eso, buscando desesperadamente abandonarme en ese cómodo lecho de hojas secas.
Por momentos -gracias al alcohol y a la música invariable- tuve la ilusión de que el tiempo se había detenido. El olor del salitre y el rugir de las olas en el malecón me sobrecogieron como antaño, y me sentí otra vez indefensa y cautiva, y miré al horizonte con angustia ¿era yo la que lloraba junto al mar? Quise ser la de antes, deseé con todas mis fuerzas no haber vivido tantas noches de ausencia y desconsuelo, pues calculé que entonces mi vida tenía un sentido, una esencia que se fue diluyendo año tras año en mis idas y venidas sobre el océano.
Pero era un espejismo y más allá de esos breves (extraordinarios) momentos de abandono todo a mi alrededor me demostraba cuánto había cambiado yo, ¿o eran las cosas que ya no se hallaban en su lugar? Cuando por fín pude ver con objetividad apareció ante mis ojos el verdadero orden de las cosas, un panorama desconcertante por demás: la vida subterránea de una nación congelada en su superficie, el dolor de unos seres obligados a crecer hacia adentro, condenados a cavar profundos fosos donde explayar el alma y enterrar sus anhelos y frustraciones. Y a pesar de todo, o por eso mismo, sonrientes, con la sonrisa del que no tiene nada que perder... No entendía, y sigo sin entender, los misteriosos mecanismos de esa maquinaria a todas luces imposible, sin más lógica ni fundamento que el miedo y la repetición, pero acepté su existencia sin dramatismos, como se acepta un catarro -al fín y al cabo viví tantos años dentro de ese caos que adaptarme de nuevo (más sabiendo que era por unos días) fue cosa sencilla- el objetivo que tenía en mente bien valía el sacrificio. Y ese objetivo no era otro que intentar mirar con los ojos del corazón lo que se me escapaba a simple vista, los pequeños matices cotidianos que tiñen de alegría o de tristeza la vida del cubano más sencillo, la razón de su alegría contagiosa a pesar de los pesares y también, por qué no, alguna explicación plausible para su inveterado inmovilismo.
Curiosamente en mis casi nueve años de emigrada nunca había logrado un acercamiento tan franco al problema cubano, y esto es así porque nunca antes me había dejado llevar por las circunstancias, aparcando miedos y prejuicios y enfrentándome a las situaciones con la buena voluntad por escudo y el amor por bandera. Sabiendo como nunca que "no la teme quien no la debe", pero sin caer en heroísmos gratuitos, pues se trataba de un viaje familiar.
Así, con la mochila llena de amor y comprensión, y mirando las cosas con lupa, pude tomarle el pulso a la realidad cubana de un modo más directo y realista, y de este modo descubrir que no todo es lo que parece en la Cuba de hoy, que muchas cosas han cambiado desde que yo me fui, algunas para bien, otras muchas para mal, pero han cambiado, y que actualmente hay en la sociedad isleña un abanico de estilos de vida mucho más variado que el que yo dejé atrás, y que eso es maravilloso, pues esa diversidad (ahora apenas perceptible) es la semilla de una apertura hacia una sociedad más plural, rica y tolerante, y extrapolando esta hipótesis podría aventurarme a decir que en otros aspectos de la sociedad nada es lo que parece a simple vista y que los pensamientos están más abiertos hoy que nunca, pero esto es sólo una hipótesis y este post ya me va quedando un poco largo. Continuaré más tarde con esta y otras ideas.

3 comentarios:

Champy dijo...

Que hermoso no?

Quizá se ha pagado mucho, pero al parecer ya llegó, paulatino y lento, pero ha llegado.

Y el enorme respeto amor devoción y lealtad que ganaron durante todas estas decadas, crece exponencialmente.

Un abrazo enorme.

2046

Ivis dijo...

Champy, valga la generalización para destacar las buenas cosas de los cubanos, aunque soy partidaria de no tapar el sol con un dedo, pero entiendo el sentido de lo que dices. Un abrazo,

la androide con efecto retardado.

Isaeta dijo...

La Habana es un pueblo blanco donde por no pasar, ni pasó la guerra....
A no ser que hablemos de la guerra del pueblo contra todo el pueblo.
Esa sí que levanta ronchas de tan perversa que es. Como cuando penetra el mar en la Habana y va arrasando con todo y deja malheridas las calles desde Malecón hasta Línea.
Uy, qué negra cicatriz de esa puta guerra.