sábado, 28 de junio de 2008

Wilmer

Yo tengo un amigo muy especial.
Su nombre es Wilmer.
Lo conocí por allá por el año 2000, cuando trabajando como conservadora de bienes culturales fui a pasar un curso de posgrado en el CENCREM. Entonces tenía yo 23 años y no sabía nada de la vida, aunque creyera lo contrario.
Cuando lo ví por primera vez, él deambulaba por los pasillos del hermoso Convento de Santa Clara, donde trabajaba como restaurador. Recuerdo que le pregunté que dónde podía encontrar a la profesora del curso que yo hacía, y él, como buen cubano, se metió conmigo y después de vacilarme por un rato me indicó el lugar y encima se ofreció para enseñarme el convento. Tenía tremenda cara de buena gente y nos caímos bien al momento. Aquella misma tarde yo le compré una pizza y se la traje de regalo, porque algo me decía que no había almorzado, además, había sido tan amable conmigo... Eso (que yo le trajera una pizza) levantó las suspicacias de sus compañeros de trabajo, que enseguida pensaron que estábamos en algo. Pero a mí me dio igual, aunque sabía que no era muy normal llevarle un regalo a alguien que acababa de conocer, el caso es que en aquella época yo era capaz de todo. Nunca fui tan libre como entonces.
Pasaron los días y aunque él insistía en los piropos yo le dejé claro mi interés. Entonces pasó algo maravilloso: nos hicimos inseparables. Nunca en mi vida había tenido un amigo así con el que se pudiera conversar de cualquier tema. Era (es) un tipo muy culto, sabía de todo, y era una delicia conversar con él de arte, de literatura, de todo lo humano y lo divino. Caminar junto a él por la Habana podía convertirse en un problema; era el personaje más conocido de toda la Oficina del Historiador, después de Eusebio Leal, gracias a que desde muy joven había trabajado allí como restaurador y a que es un extraordinario relaciones públicas.
Entonces vinieron noches de excesos, de conversar hasta las tres de la mañana a golpe de café y algún traguito, de escuchar música juntos, de intentar cambiar el mundo y blasfemar, despotricar contra la Habana entera, contra Dios y el período especial.
Aún recuerdo la noche en que le di la noticia de que me iba; estábamos en la cocina de mi casa preparando un café. Yo estaba enamorada y mi pareja viajaría en plazo breve, y yo no lo pensé dos veces y decidí irme tras él. Y así se lo había dicho, con la ligereza de quien habla de ir a una excursión, mientras esperábamos a que colara el café.
-Me voy. Le dije, y él no me contestó. Esperó a que la cafetera terminara de colar y la puso sobre la meseta. Cuando se dio la vuelta sus ojos estaban enrojecidos. Él sí que comprendía la dimensión real de mi partida.
- ¿Estás segura de que quieres hacerlo?
- Sí - le dije sonriendo. -¿Por qué lloras? -Yo no daba crédito, Wilmer es un muchacho muy sensible y yo creí que estaba exagerando.
-Todavía queda mucho para eso. - Le dije y cambié de tema por otro más interesante para mí en aquel momento.

Pasaron cinco meses desde ese día hasta que por fín pude viajar a reunirme con mi amado. En ese tiempo duro de soledad e incertidumbre, él estuvo conmigo a todas horas. Y el día que me fui fue quien estuvo hasta el último momento ayudándome en todo, acompañándome.
Desde entonces a ahora han pasado siete años en los que nos hemos visto cuando he ido de vacaciones y cada vez ha sido el último en despedirse y el primero en acudir. Su amistad siempre ha sido incondicional. Cuando yo llegaba apesadumbrada y con los ojos extraviados de rencor por tantas cosas y golpes del destino que ni él ni mi familia entenderían jamás, él era quien me salvaba con su mirada limpia y sonriente, con esos ojos de "aquí no ha pasado nada" y esa alegría del cubano que en más de una ocasión llegué a reprocharle. ¿Por qué estaba feliz si no había en ese mísero país nada de qué alegrarse? Le decía: "tienes que buscarte la vida. Aquí la gente está dormida pero fuera aquello es duro", y también: "no puedes vivir de esta manera (improvisando), tienes que hacer algo para buscar dinero y vivir mejor. La gente piensa que aquí no se puede ganar dinero pero yo creo que sí, que si buscas, encuentras". Todas estas cosas las decía yo con la convicción de tener la verdad absoluta. Y a cada sonrisa suya yo contraponía mi amargura primermundista y la supuesta dignidad que había logrado alcanzar. Ahora me escandalizaban sus historias amorosas, que él me contaba con la misma confianza con que antes hablábamos de sexo sin tapujos. Le fui cortando las alas, hasta que en este viaje pasado llegué al colmo de la torpeza: él no tenía trabajo y yo le quise pagar por un favor que me hizo de corazón. Creo que se sintió humillado. Desde entonces no ha vuelto a escribirme. Odio a este primer mundo y la estúpida creencia de que todo puede pagarse con dinero.

viernes, 27 de junio de 2008

Leyendo mis poemas en El Último Jueves, Literanta

Bueno, esto es lo que hay. El piano nunca se empató conmigo.

The sound of silence

Bueno, finalmente ayer hice la lectura de mis poemas en El último jueves. Estuve feliz pues vino a verme gente muy querida como Inma, Zuza, Montse, Rosa, Charo y Gina. A todas ellas, gracias.
Puedo decir que estuve correcta, pero... (siempre hay un pero) no hice ni una pausa para respirar, temía que no me diera tiempo a leer todo lo que llevaba preparado. Una pianista que gentilmente me acompañó me lo hizo notar, dice que no podía seguirme, la pobre. Y me dijo algo que yo sabía pero que ayer me salté a la torera: que tan importante como las palabras es el silencio, dejar a la gente reflexionar sobre lo que ha escuchado, y dejar esa palabra retumbando en el aire, para escuchar sus ecos.
La lectura de un poema en voz alta no es un tema trivial. Hay gente que tiene un verdadero don para esto. Otros simplemente atropellamos los poemas. En todo caso yo me quedo con la lección: el silencio tiene su espacio propio, y lo peor que te puede pasar hablando o leyendo en público es querer llenar ese espacio con palabras a toda costa.
Por eso los actores estudian años.
Sin ánimo de comparar, pensando en esto me viene a la mente muchos poetas que atropellan sus textos al leerlos o cuya voz no les acompaña. No sé si han escuchado a Neruda con esa voz nasal que parecía que tenía deseos de ir al baño, o a Cortázar con su problema de frenillo, que parecía que hubiera nacido en París en vez de en Argentina, aunque a decir verdad, él respetaba los silencios. A mí Nicanor Parra me suena amanerado, y Benedetti tiene una voz de cuervo que no me gusta nada. En este punto he de decir que soy una aficionada a escuchar poesía en la voz de los autores. Si no conocen páginas como A media voz, Poesía virtual o la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes les recomiendo una visita. Son una joya y una gran ayuda para quienes deseen tener un primer acercamiento a la obra de algún poeta hispanoamericano.
Y ya basta de cháchara, que hay que trabajar.

miércoles, 25 de junio de 2008

En casa de Juana Bacallao

Se me había olvidado editar este video que grabé en casa de Juana Bacallao. Su apartamento es, como pueden ver, una especie de museo de su vida. Yo la admiro mucho, es una mujer excelente.

Hoy estoy mística

DESIDERATA
(Anónimo)

Escucha entonces la sabiduría del sabio:
“Camina plácidamente entre el ruido y las prisas,
y recuerda que la paz puede encontrarse en el silencio.
Mantén buenas relaciones con todos en tanto te sea posible, pero sin transigir.
Di tu verdad tranquila y claramente;
Y escucha a los demás,
incluso al torpe y al ignorante.
Ellos también tienen su historia.
Evita las personas ruidosas y agresivas,
pues son vejaciones para el espíritu.
Si te comparas con los demás,
puedes volverte vanidoso y amargado
porque siempre habrá personas más grandes o más pequeñas que tú.
Disfruta de tus logros, así como de tus planes.
Interésate en tu propia carrera,
por muy humilde que sea;
es un verdadero tesoro en las cambiantes visicitudes del tiempo.
Sé cauto en tus negocios,
porque el mundo está lleno de engaños.
Pero no por esto te ciegues a la virtud que puedas encontrar;
mucha gente lucha por altos ideales
y en todas partes la vida está llena de heroísmo.
Sé tu mismo.
Especialmente no finjas afectos.
Tampoco seas cínico respecto al amor,
porque frente a toda aridez y desencanto,
el amor es tan perenne como la hierba.
Acepta con cariño el consejo de los años,
renunciando con elegancia a las cosas de juventud.
Nutre la fuerza de tu espíritu para que te proteja en la inesperada desgracia,
pero no te angusties con fantasías.
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.
Más allá de una sana disciplina,
sé amable contigo mismo.
Eres una criatura del universo,
al igual que los árboles y las estrellas;
tienes derecho a estar aquí.
Y, te resulte o no evidente,
sin duda el universo se desenvuelve como debe.
Por lo tanto, mantente en paz con Dios,
de cualquier modo que Le concibas,
y cualesquiera sean tus trabajos y aspiraciones,
mantente en paz con tu alma
en la ruidosa confusión de la vida.
Aún con todas sus farsas, cargas y sueños rotos,
éste sigue siendo un hermoso mundo.
Ten cuidado y esfuérzate en ser feliz”.

martes, 24 de junio de 2008

Absolutamente hermoso

[...] En pleno contento precario, en plena falsa tregua, tendí la mano y toque el ovillo París, su materia infinita arrollándose a sí misma, el magma del aire y de lo que se dibuja en la ventana, nubes y buhardillas; entonces no había desorden, entonces el mundo seguía siendo algo petrificado y establecido, un juego de elementos girando en sus goznes, una madeja de calles y árboles y nombres y meses. No había un desorden que abriera puertas al rescate, había solamente suciedad y miseria, vasos con restos de cerveza, medias en un rincón, una cama que olía a sexo y a pelo, una mujer que me pasaba su mano fina y transparente por los muslos, retardando la caricia que me arrancaría por un rato a esa vigilancia en pleno vacío. Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba.

Tomado del Capítulo 2 de Rayuela, de Julio Cortázar.

El carrito del helado

Veo que no le hicieron swing a Ángel Escobar, bueno, no todos los días uno está para leer poesía. Pero si de algo sirve insistir, insisto: vale la pena adentrarse en su lectura, yo lo estoy haciendo poco a poco, y cómo me gusta descubrir desde aquí la historia de Cuba y sus artistas.
Hoy estaba pensando en qué tema tocar en el próximo fragmento de Pasaje Cadena Azul, y como ahora me ha dado por oír música clásica, me puse un disco de Chopin y ¡aleluya! enseguida reconocí los acordes de la Polonesa Heróica y fue todo uno pensar en el carrito del helado. Y me dije: "tengo que escribir sobre esto". Pero salvo dos o tres vivencias, no recordaba mucho más sobre los famosos carritos y me dije: "voy a buscar en Internet, a ver si encuentro algo", dudaba de que hubiera mucha cosa, porque siempre con Cuba pasa igual, no existen archivos informatizados sobre las cosas, aunque cada vez menos, hay que decirlo, y sobre todo gracias a la nostalgia de los emigrados.
Y he aquí que googleé "carrito del helado" y todavía estoy ahogada de la risa. No puedo escribir sobre esto mejor que lo que lo han hecho los aseres y otro firmado por R. Muñoz, a quien acabo de descubrir (me encanta su tono sarcástico).
Nada, que este tema no irá dentro de los relatos del Pasaje, y que espero que disfruten como yo de estas excelentes estampas de nuestra memoria colectiva.

lunes, 23 de junio de 2008

Ángel Escobar

La semana pasada un amigo virtual me descubría a este poeta cubano del que no tenía lecturas y al adentrarme en Internet (otra cosa no tengo desde aquí para acercarme a la literatura cubana) me llevé una grata sorpresa, bueno, grata no es la palabra más adecuada para catalogar estas lecturas, que son más bien durillas, penosas, porque Ángel Escobar no fue un poeta complaciente, ni es cómodo de leer. Sufrió, sufrió mucho según parece, y terminó suicidándose. Lanzándose al vacío. El pobre, qué final más triste. Verdaderamente poético.


Los dejo con un poema de este autor, que sobrecoge por su tono agresivo. No debía estar muy cuerdo ya para entonces.


Exhortaciones al perfecto

mírame bien / ves esta cara redonda como el parche
de algún tambor de feria / te pregunto
la ves/ tú estás seguro que la ves
si así es puedes rajarla nomás con proponértelo

lo harás cogiendo tus baquetas golpeando
un poquito más duro que antier / te aseguro
que hoy no hará la misma fuerza que mañana

rómpela / pronto / rómpela
no te detengas / yo me torné inmaduro difícil cuestionable
yo conservé el error y la posibilidad de lo imperfecto
yo celebré el desliz que salía caliente de mi plexo solar
y de mi cara
metía y meto la pata en cualquier hueco y el riñón
menos apto y el pulmón y la cara /
mira que fallo cometió el universo
al empujar tantos litros de sangre a este abandono
acercarte perfecto
puedes coger el martillo / hacer añicos
mi cara / este trozo de terracota mal moldeada
yo sé que piensas que se parece a un cero / pues no
lo pienses más / decídete y golpea
que el cero es una posición muy incómoda
ven machácala y anda / machácala y trota
podrás hacerte un escalón
cuando ya esté mi cara derrumbada

Luego he encontrado también en El blog de Arique, unas referencias interesantes a la etapa que este poeta pasó en Chile.
Un poeta interesante, sin lugar a dudas.

domingo, 22 de junio de 2008

¿Son los americanos estúpidos?

Buenísimo. Si es verdad esto, los americanos están perdidos en el llano.

PSOE hipócrita

A propósito de las dos últimas hipocresías del PSOE: las nuevas leyes de inmigración (ver más abajo) y su actuación de celestinos ante la UE para levantar las sanciones contra Cuba y así defender sus intereses económicos en la isla.

Es cosa rara la política. Nada es lo que parece. Uno pudiera pensar -como pensaba yo- que los del PSOE eran los buenos, los modernos, los que defendían a capa y espada la justicia social y hacían reformas en beneficio de los desfavorecidos: los dependientes, los inmigrantes, las mujeres, los gays... Sin embargo uno no debería ser tan ingenuo; hay un instinto mucho más elemental que el de la solidaridad debajo de toda caperucita roja, y ése es el de la supervivencia. Y para sobrevivir, ya se sabe, hace falta el dinero: el gran motor detrás de todo montaje, el esqueleto reseco y oxidado debajo de todo primermundista moderno, rubicundo y solidario (hasta el momento en que le tocan sus frijoles). Hasta los socialistas tienen límite, ellos que no parecían preocuparse más que de compartir el superávit y hasta el déficit, codo con codo, al infinito y más allá. Ellos, tan etéreos, que no parecían comulgar con vulgares hoteleros, que defendían la justicia a capa y espada, la democracia -ese concepto tan subjetivo- hasta las últimas consecuencias. Ellos tan preocupados por los dependientes, tan sensibilizados con la inmigración, ahora giran la cara y cuentan sus dineros, como quien dice "en casa del pobre".

sábado, 21 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. ¡Ay, Dios, chan, chan, chan!

"Sí o no", éste era el escueto contenido del papelito que me había encontrado encima de la mesa al volver del recreo. Le dí la vuelta y pude leer por detrás, con letras torpes, el nombre de David. O sea que David me estaba proponiendo que fuera su novia, ¡qué emoción! No me lo podía creer. Era uno de los niños más lindos de la clase, con sus rizos dorados, y era también muy inteligente, de los mejores en matemáticas... aunque nunca, que yo recordara, habíamos cruzado palabra. Pero bueno eso no importaba. Cogí mi lápiz y en el mismo papelito puse un "sí", lo doblé y pedí que se lo pasaran. Él se sentaba dos pupitres más atrás, y yo me dí la vuelta sin que la maestra me viera y lo miré, pero fue tan rápido que él apenas se dio cuenta. El resto de la clase me la pasé en el limbo, pensando en la nueva historia que tenía para contarle a mis amigas. Tenía novio, ja, y no un novio cualquiera, sino el más lindo del aula, o al menos a mí me lo parecía.
¿Qué se hacía en estos casos? Durante los días siguientes no pude averigüarlo. Seguíamos iguales de distantes, no intercambiábamos más que alguna mirada furtiva en los recesos. Lo único diferente, si acaso, era que el resto del aula ya se iba enterando de lo nuestro, ya éramos "novios formales". Llegó el día de los enamorados y me trajo un regalo: un almanaque, y yo que no había llevado nada me quedé apenada y al regresar a casa se lo conté a mi mamá, que conocía al padre de David y a quien el cuento pareció divertir mucho. Al día siguiente me envolvió un par de medias para que se las llevase y así hice, pero el intercambio de regalos no mejoró mucho la comunicación entre nosotros; seguíamos sin hablarnos. Todo eran papelitos que iban y venían. Recuerdo uno de ellos que decía: "Telsys quiere ser mi novia. ¿Tú me dejas ser novio de ella también?" No lo pensé dos veces, pues siempre me he considerado muy solidaria, y le conteste con otro "sí". Pensaba en la pobre Telsys, que no debía quedarse sola. Así que las dos pasamos a ser novias de David. Y nunca hubo lío.
Un día a la maestra le dio por cambiar a los alumnos de sus puestos habituales, porque decía que hablábamos mucho, y nos fue alternando -una hembra y un varón- como en un tablero de ajedrez, con tanta puntería que fue a ponernos juntos a David y a mí. Ahí empezaron los del grupo con la letanía del "ay, Dios, chan, chan, chan", que utilizaban cada vez que alguien hacía algo malo. Era una seguidilla que se decía dando golpes en la mesa, y como que ellos los decían cada vez más alto, y con risas, la maestra se dio cuenta de que había pitirre en el alambre y prefirió no juntarnos. En los larguísimos minutos que pasaron entre su idea y su cambio de parecer, un cosquilleo muy raro, como de placer, me recorrió todo el cuerpo. Pensaba en lo maravilloso que sería sentarme junto a David. Nos imaginaba cogiéndonos las manos por debajo de la mesa, ayudándonos con las tareas, todo un programa romántico que de un momento a otro se había venido abajo por culpa de los chivatos del grupo. Aunque después de la escenita ya no sabía si quería sentarme al lado suyo. Un sentimiento pegajoso, feo, me empezó a atormentar. Pensé entonces que lo nuestro tenía que ser malo, ¿por qué, sino, habían armado tanto alboroto los del grupo? Tenía que ser malo, concluí, y a partir de ese día conocí la culpa. Tenía seis años por entonces, y ya nunca más mis días fueron tan felices; siempre venía aquel sentimiento pegajoso que no se desprendía ni bañándome a echarlo a perder todo. Lo encontraba en sus mil manifestaciones: cuando estando de visita en La Habana corrí a sentarme en las piernas de mi abuelo y éste me rechazó al tiempo que me aconsejaba que no dejara que ningún hombre me cargara en sus piernas; cuando mi tía me dijo que las niñas no se sentaban con las piernas abiertas y en tantas otras ocasiones que, como nubarrones, empañaron la pureza de aquellos días felices.

jueves, 19 de junio de 2008

Pasaje Cadena Azul. Los viajes a la escuela

Como me dormía tan tarde, por las mañanas no había Dios que me hiciera levantarme para ir a la escuela, que quedaba como a dos kilómetros de la casa. Nunca me ha gustado caminar, siempre me cansaba, hasta que mi madre inventó el juego de "el que pise raya come toalla", y así lograban llevarme distraída por las altas lomas de Santos Suárez hasta llegar a Pedro María Rodríguez, que era el nombre de mi primaria. Un nombre que, por cierto, siempre me desconcertó: no entendía cómo un hombre se podía llamar a la vez Pedro y María, eso de que María fuera un nombre de hombre nunca me convenció del todo.
Por el camino siempre recogíamos flores del suelo, de un árbol que daba unas flores moradas, que siempre tomé por orquídeas, aunque luego, de grande, supe que las orquídeas no se dan en árboles. Pero aquellas flores de verdad se parecían, aunque su olor era más bien desagradable.
Muchas veces se nos hacía tarde, y yo iba maldiciendo por el camino, friendo huevos y diciendo: ¡ño, papi! o ¡ño, mami!, en dependencia de a quién le tocara llevarme, porque cuando uno llegaba tarde no lo dejaban pasar al matutino, y en cambio lo dejaban detrás de una reja, como si de un encierro se tratase, y luego de que hacían el matutino, abrían la reja y hacían pasar al centro -las hileras de alumnos estaban formadas a ambos lados de un imaginario pasillo central- al grupo de los impuntuales.
Era realmente traumático, mucho más para un niño, el verse en ese grupo y que todos te miraran con caras de reprobación, sobre todo los maestros. Nunca olvidaré el bochorno que pasé aquella mañana en que -como de costumbre- llegábamos tarde, y yo le formé tremenda perreta a mi papá. Ya era la segunda vez en esa semana que tendría que pasar por la vergüenza, y no quería bajo ningún concepto quedarme en la escuela. Le decía: "¿Tú ves? Por tu culpa", mientras lloraba y pataleaba. Entonces mi papá, desesperado al verme en ese estado, había tomado la peor decisión que pudo tomar: me cogió de la mano y pidió que abrieran la reja y atravesó conmigo el patio, justo por el centro. Yo no daba crédito: no bastaba con llegar tarde, sino que tenía que pasar por delante de todos y que me vieran. ¡Qué penaaaaa! Mi progenitor había entendido que a mí lo que no me gustaba era quedarme tras la reja, y al llegar a la formación de mi destacamento, me había entregado a la maestra. Aquel día hubiera querido darle una mordida, no me mordí yo de la impotencia porque dolía, pero seguí llorando rabiosamente y dando patadas en el suelo. La maestra intentó consolarme, pero fue inútil, ella nunca entendería "el porqué de mi llanto".

Pasaje cadena azul. Sanos juegos infantiles

Los sábados empezaban así: yo me despertaba invariablemente a eso de las diez u once de la mañana, daba igual si en el patio las clientas de mi tía llevaban más de una hora vociferando. Iba al frigidaire y cogía mi pomo de yogurt que ya estaba preparado. Me lo empinaba acostada en el sofá mientras veía los muñequitos. No sé si vale la pena aclarar que usé biberón hasta eso de los siete años, porque a mi madre le era más cómodo despertarme llevándome el desayuno a la boca cuando tenía que ir a la escuela, así se aseguraba de que me espabilase pronto (y yo nunca me quejé). Lo de tomar yogurt fue porque una vez, de bebé, me cayó mal la leche y un médico dictaminó arbitrariamente que era alérgica. De modo que nunca más, hasta que cumplí como 12 años, tomé leche. Decía que no me gustaba, pero la realidad es que no lo sabía. Mis pobres padres zapateaban la Habana en busca del subproducto lácteo, que compraban a cualquier precio, y hasta aprendieron a hacerlo, y todo para que ahora yo me beba litros y litros de leche. Ironías del destino. El caso es que me tomaba mi yogurt, que llamaba "el abur", y me preparaba para salir a jugar.
Cruzaba la calle con la esperanza de que ese día mis amigas no se hubiesen ido de paseo con sus padres, o no estuviesen castigadas. Cuando llegaba a la verja, el corazón me daba un vuelco; rezaba para que no me abriese la puerta Cuquita, pero al parecer no rezaba muy bien porque enseguida que tocaba me salía ella con su cara de pocos amigos. Entonces yo esbozaba mi mejor sonrisa y decía educadamente: -Buenos días, Cuquita, ¿están las muchachitas? Y ella, desanimada como siempre, me miraba de arriba a abajo y, o me decía que volviera al rato, o que ese día no podían jugar -lo que me dejaba desconsolada- o, si había suerte, iba a llamarlas a su cuarto (nunca les gritaba desde la sala como habría hecho mi tía).
Cuando Cuquita me miraba así, de arriba a abajo, yo supongo que pensaba: "ya está la pendenciera esta de nuevo", pero ella era muy educada y se limitaba a decirme con voz de general: "espéralas aquí". Yo no me movía y casi ni respiraba hasta que llegaban ellas, con sus risas, a sacarme de mi posición de "firme". Con ellas todo era diferente, no eran remilgadas, aunque sí muy educadas. Nos queríamos mucho, éramos como hermanas. Ellas siempre me trataron como a una más de la familia, y con el tiempo también sus padres y hasta Cuquita me llegó a coger cariño. Si tocaba merienda, yo también merendaba de las delicias que nos esperaban: tostadas con mantequilla, mermelada con queso, helado, cosas que en mi casa eran impensables. Yo tenía mi orgullo y en principio siempre decía que no. Mi madre me había advertido de que pedir era de mala educación. No obstante cuando insistían, cedía, porque siempre he sido golosa.
Nunca nos aburríamos. Jugábamos a las casitas, a la escuelita, a los médicos. La casa se transformaba en el gran escenario de nuestras representaciones. La sala era la consulta médica, el comedor, la sala de espera, y yo me las agenciaba siempre para meterme debajo de la mesa. Me gustaba esa oscuridad, esa sensación de entrar en una cueva, a salvo de las miradas de la gente. Aquella mesa de caoba con su mantel protector me hacía las veces de tienda de campaña. Allí montaba yo mi campamento y desde allí dirigía las operaciones de negocios de las que ya hablé, cuando jugábamos a las casitas. Yo empezaba siempre con una muñeca fea, la más fea de todas, y casi sin ropita ni accesorios (peine, cepillo, cunita). Entonces no sé cómo, de la noche a la mañana, terminaba con una muñeca pequeñita, que era la que más me gustaba, pues era pelirroja, de ojos azules y estaba vestida de rosado. Era la más perfecta. Aunque ahora me avergüenza decirlo, creo que les hacía chantaje emocional, supongo que me había tomado a pecho el poema de Martí, "Los zapaticos de rosa" en la parte en que Pilar se encuentra una niña pobre y le da su aro, balde y paleta. El caso era que terminaba teniendo de todo, y lo mejor era que mis amigas acababan contentas y hasta se peleaban por darme sus cosas. Yo era realmente astuta, ahora que lo pienso. Sí, astuta, porque muy guerrera nunca fui, la verdad, Maritza, la madre, siempre sacaba a relucir en las conversaciones lo bien que nos llevábamos su hija menor y yo, porque Aimée siempre tuvo mucho carácter, "e Ivisita es tan dócil" le decía a mi mamá.
Cuando fuimos creciendo ya lo de jugar a las casitas no nos gustaba mucho, eso "ya no se usaba" -aunque de vez en cuando nos daban arranques de nostalgia y (a escondidas) sacábamos las muñecas de los cajones y jugábamos, pero ya había contenido adulto en las conversaciones, aunque las niñas siempre estaban atrás en temas de educación sexual. Recuerdo cuando llegué y les conté acerca de la mala palabra "huevo". Y ellas me contestaron al unísono, con cara de asombradas -¿Huevo? Y Alina, que siempre fue lenguaraz corrió a decírselo a su madre: -¡Oye, mami, lo que dice Ivis, dice que huevo es una mala palabra! ¿Verdad que no? Yo quise que la tierra me tragase. Pero Maritza, que siempre se caracterizó por su discreción, apenas levantó la vista de su bordado. Simplemente dijo: -¿qué va a ser una mala palabra? Un huevo es lo que ponen las gallinas. Y a pesar de que el incidente quedó ahí, yo me sentí apenada y la vergüenza me duró unos cuantos días. Imaginaba que un día iba a llegar y no me iban a dejar jugar con las muchachitas, pero no podía hacer nada contra mi educación caótica, aunque me molestaba que en las reuniones del comité, Ricardito, que era el presidente (y muy amigo de Cuquita) no me diese el distintivo de niña modelo. La familia modelo era la de mis amigas. Probablemente porque las once de la noche no era la hora más apropiada para acostarme, y a ellas, las pobres, las acostaban con la calabacita, mientras que a mí mi padre tenía que rogarme para que me durmiese, y eso, ya cuando había sonado el himno nacional.

Vaya fiasco

¿Qué les parecen las novedades?

GOBIERNO ESPAÑOL ENDURECIO LEY EXTRANJERIA
MADRID, 19 (ANSA)- El gobierno español anunció hoy que impulsará una reforma de la Ley de Extranjería antes de 2009, que prevé restringir el reagrupamiento familiar en inmigración y ampliar de 40 a 60 días la retención de inmigrantes en espera de repatriación. La vicepresidenta del gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, aseguró hoy que el gobierno presentará una "reforma parcial y limitada" a la Ley de Extranjería en septiembre, para que pueda votarse en el Parlamento "antes de que acabe el año" y entre en vigor en 2009. La reforma se abordará con el "máximo consenso" entre agentes sociales, inmigrantes y partidos políticos, añadió Fernández de la Vega, en la reunión inaugural de la Comisión Delegada del Gobierno para la Política de Inmigración. El gobierno español introducirá así modificaciones ya anunciadas por el ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, para restringir el reagrupamiento de los inmigrantes, permitiendo sólo el caso de cónyuges e hijos menores de 18 años y no de padres y suegros. La vicepresidenta también anunció que el nuevo texto incluirá ampliar de 40 a 60 días la retención de inmigrantes en espera de repatriación, al considerar que el periodo máximo actual "en ocasiones, resulta escaso" para efectuar los trámites de retorno. Además de la reforma de la Ley de extranjería, Fernández de la Vega se refirió a otros temas sobre inmigración que están en la "agenda" del gobierno, como la propuesta del ministro Corbacho de "incentivar" el retorno a sus países de extranjeros desocupados. El gobierno quiere promover un "plan de retorno voluntario" que consiste en ofrecerle a los inmigrantes con permiso de residencia y trabajo regresar a su país cuando pierdan el empleo. JMG

Flores del camino, ayer






Para Zuza, en su cumple.

miércoles, 18 de junio de 2008

I can't help

He dicho que vinieron a buscarme
me prohibieron las drogas, todo intento
de ayudar a cualquiera.

Me dieron un espejo
me quitaron las vanas ilusiones
la furia ornamental.

No creo que regrese
la que habitaba en mí se ha diluido.

El último jueves

No sé si saben que aquí en Mallorca hay unos encuentros poéticos que se realizan cada último jueves de mes en la librería Literanta, y que por ello se llaman "El último jueves". Pues bien, el próximo día 26 me han invitado a leer allí mis poemas. Ya estuve el año pasado y fue muy emotivo para mí, en aquella ocasión leí algunos poemas del desarraigo y se me hizo un nudo en la garganta. No grabé ni hice fotos, por aquel entonces tenía prejuicio contra las cámaras pues es cierto que estos artilugios, aunque útiles, no pueden nunca recoger toda la esencia de un momento.

Esta vez intentaré grabarlo, aunque no sea igual.


Nota: He cambiado el color el blog porque me lo han pedido, dicen que no se podía leer muy bien. A mí me gustaba más el negro, era más sugerente. Pero que se haga la luz por un rato, que eso no le resta.

martes, 17 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. De casa en casa

Los días de mi infancia transcurrían dulcemente. No había para mí preocupaciones más allá de entretenerme y para ello no tenía que hacer mucho esfuerzo; me entretenía con cualquier minucia. Caminar hasta la bodega, a la farmacia o a comprar el pan junto con mis primas, ir al parque a montar columpio, ya eran grandes paseos para mí.
Las horas se me iban sin darme cuenta, cogiendo florecitas, saltando a la suiza, jugando al pon, a los yaquis o meciéndome en el columpio del portal. Qué gran invento la niñez con sus estampas domésticas, qué maravilla eso de vivir un día igual al otro y encontrar en todos un premio, una sonrisa.
Aquello era un mundo de puertas abiertas y yo las traspasaba todas. Cual pionera exploradora, escogía cada día en mi pequeño mapa un itinerario diferente y salía a descubrir. Debía ser gracioso verme llegar con mi pequeña estatura y preguntar: "¿se puede?", como había visto hacer a las personas mayores. Gracias a ese hábito de hacer visitas que tempranamente adquirí, viví un poco en cada casa y pude conocer más de cerca a mis vecinos. Me gustaba conversar con las personas mayores y preguntarlo todo; ponía mucho interés en las explicaciones y los detalles, detalles que aún hoy recuerdo y que me han llevado a iniciar estas memorias, a armar este rompecabezas para ordenar estos recuerdos que no son sólo míos, sino de todos los que habitamos aquel espacio singular.

lunes, 16 de junio de 2008

Mestizaje

Este es el poema que Caballero Bonald le dedica a su parte cubana.


Reluce el mármol veteado
entre la pomarrosa y el laurel
y algo como una suave gasa malva
deja sobre los mates barnices de la tarde
un voluptuoso amago de siesta femenina.

Una mujer de grandes ojos dulces
destaca entre los tórridos difuminos del patio
con un lánguido gesto de intimidada
por la inminencia de la fotografía.


Erguido junto a ella hay un niño
en cuyos tenues brazos zozobra una fragata
y a su lado una negra de pechos presurosos
sostiene una cesta de frutas
que parece ofrecer a algún oculto rondador.

Es utensilio extraño la memoria.
Evoco ahora lo que no he vivido:
una estirpe de nombres lentamente criollos
resonando en las ramas prenatales.
Esa es la abuela Obdulia y ese es mi padre
y esa es la casa familiar de Camagüey,
adonde yo llegué una tarde crédula
en busca de un ramal de mi autobiografía
y sólo hallé la cerrazón, el vestigio remoto
de un apellido apenas registrado
en las municipales actas de la infidelidad.

También yo estoy allí, huelo a melaza
rancia y a sudor de machetes,
oigo las pulsaciones grasientas del trapiche,
los encrespados filos de la zafra,
siento la floración de un mestizaje
que a mí también me alía con mi propio deseo.


Cuánto pasado hay
en esa omnipresente estampa familiar.
Mientras más envejezco más me queda de vida.


José Manuel Caballero Bonald

Jose Manuel caballero Bonald leyendo sus poemas Àgora

Fíjense después del primer poema cuando habla de su padre cubano y su familia de Camagüey.

Jose Manuel caballero Bonald. Entra la noche

Un poema maravilloso sin dudas, noten ese ritmo perfecto. Hay otros en Literarte.

domingo, 15 de junio de 2008

Defensa de la alegría (dedicada a los blogueros cubanos)

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas

defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría


Mario Benedetti.

... Y el piñazo electrónico

Copyright: Me importa un carajo.

No sé cómo quitarme el deseo de meterle un piñazo a dos o tres, (si supiera quienes son, o si los tuviera delante) porque hay ideas que no se expresan del todo bien mediante las palabras. Como diría Cortázar: "habría que inventar la bofetada dulce, el puntapié de abeja". Yo le agregaría: "y el piñazo electrónico".
He aprendido muchísimo de este rifirrafe. He aprendido que somos una nación joven y caótica, que no tenemos ni la más mínima idea de debatir con cordialidad, que estamos divididos de manera irreconciliable y sin atisbos de unión, ni siquiera Yoani -si fuera proclamada presidenta (a juzgar por el fanatismo de algunos no me extrañaría)- podría aplacar la beligerancia de nuestros compatriotas. Ya la imagino triste, aplastada bajo el peso de cinco décadas de rencores, canonizada como nunca deseó: Santa Yoani. Esa vieja manía que tenemos de crear profetas, esos corsés mentales de lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo cubano y lo anticubano. Esas puertas tan falsas, esas pajas mentales (lo intelectual y lo popular, lo permitido y lo prohibido, lo oportunista y sobre todo, ¡vade retro, Satanás! lo inteligente...) Guárdame, dios, de ser juzgada por los guardianes de la verdad absoluta. Cuídame de caer en la lengua de tanto resentido, de tanto cuerdo triste, de tanto vanidoso. Sobre todo protégeme, oh dios (aunque no crea en tí no conozco a más nadie allá en lo alto, por más que algunos crean estar a tu altura) de la solidaridad de mis hermanos los cubanos. Amén.

sábado, 14 de junio de 2008

Pasaje Cadena Azul. La sorpresa

A veces mi padre se pasaba largas temporadas de viaje, y yo no veía el momento de que regresase por fín. Una y otra vez le preguntaba a mi madre: -¿Cuándo viene? Y ella me contestaba una fecha aproximada, algo así como: "cuando te duermas y te despiertes y te vuelvas a dormir y te vuelvas a despertar y así quince días". Y luego continuaba: "por eso ahora mejor te duermes para que pase más rápido el tiempo" (siempre he sido dura para dormirme). Para mí daba igual si eran quince o cinco; era un tiempo interminable, y a veces juro que hasta sentía como un dolor en el pecho, un malestar, y era por eso, porque necesitaba a mi papá, el ser más maravilloso que había para mí sobre la faz de la tierra.
El despertar más feliz de mi vida fue aquel día en que escuché la voz de mi papá. Acababa de llegar de uno de sus largos viajes temprano en la mañana y conversaba en la sala con mis tíos. Recuerdo que empiné el oído para ver si era cierto, pues no era la primera vez en ese tiempo que confundía las voces de otros hombres con la suya, llevándome una gran decepción. Pero al escuchar su risa sonora, inconfundible, salté de la cama como un resorte y corrí a abrazarlo. Lo nuestro era un auténtico romance. Mi madre lo supo desde siempre y siempre estuvo celosa, pero nosotros no teníamos la culpa, ella sabía que después de mi padre a la persona que más quería en el mundo era a ella. Pero si me preguntaba le decía que a los dos los quería igual.
Aquella mañana fue gloriosa. Para empezar no me llevaron a la escuela, nos quedamos todos en casa y disfrutamos de un rico desayuno de leche con chocolate, un chocolate ruso que había traído mi padre de su viaje, y que era todo un lujo para nuestros paladares, como si en Cuba no se produjera, e incluso se exportara, el cacao.
Luego vino la parte del regalo: me gustaría ver mi cara de entonces al sacar de su estuche un precioso bebé de juguete que lloraba cuando uno lo ponía bocabajo. ¡Ah, qué contenta estaba, no lo podía creer! Era el mejor juguete de mi vida; le daba la vuelta una y otra vez intentando descifrar el mecanismo del llanto, y mientras tanto ya iba calculando cómo subirían mis acciones en casa de Alina y Aimée, cuando tocase jugar a las casitas y no fuera yo, por ésa vez, la mamá pobre que tenía que valerse del recurso de la lástima para agenciarse una de esas bonitas muñecas que les traía su papá "de afuera".
Recuerdo la risa de mi padre al escucharme decir, tal y como me habían enseñado, la típica frase de "¿para qué te molestaste?". Esas formalidades que le enseñan a uno y que lucen tan postizas. Pero mi padre solamente se rió y me sentó en sus piernas, y yo me sentí la niña más feliz del mundo.
Pasado un rato ya quería bajarme porque para entonces ya ocupaba mi mente la próxima movida que sería salir al portal a enseñarle a todo el que pasase mi muñeca. Para ser más notable le pedí permiso a mi tía para bajar a la acera y ahí empecé a dar vueltas con mi bebé en la mano. Lástima que las vecinas estuvieran en la escuela porque sino ya habría dado el batazo. Pero hubo tiempo, y hubo más muñecas, más bonitas que éste bebé grande y con cara de bolo. Ahora que, como ese día, no hubo otro tan perfecto.

Garrincha en el blog de Literarte

Hola queridos. ¿Han visto las novedades en el blog de Literarte?
Garrincha ha tenido la gentileza de enviarme unas ilustraciones acerca del tema de la literatura. Bueno, a decir verdad ése es el pretexto que encontró para armar su relajito, como siempre. Además he subido las grabaciones de un recital poético en el que estuve ayer. Se trata de uno de los más grandes poetas españoles vivos: José Manuel Caballero Bonald, una maravilla.
Caballero Bonald ha ganado, entre otras muchas distinciones, el Premio Nacional de Poesía (España) (2006). Ha sido todo un lujo tenerlo tan cerquita en la librería Àgora.
Allí me enteré de una curiosidad, que explica el mismo poeta en una de sus intervenciones, es que su padre era cubano, de Camagüey, y que él estuvo en Cuba en varias ocasiones intentando encontrar rastros de su familia cubana, pero no lo logró.
Para que vean que este mundo es un pañuelo.
Un saludo y buen fin de semana tengan todos.

jueves, 12 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. La guerra de todo el pueblo

Con el permiso de los aseres, vuelvo a colgar este fragmento que ya puse una vez en su blog.

En el medio del pasaje había una campana colgada de un poste de la luz, no se trataba de una campana cualquiera ni tenía por función dar la hora o llamar a los feligreses a misa. Era una especie de misil hueco y desfondado que contenía un pedazo de cabilla colgado de una soga y servía para dar la alarma en caso de guerra. El fantasma de la guerra planeaba sobre mi cabeza desde que tuve uso de razón, y creo que al resto de mis contemporáneos les pasaría igual. Sólo con el tiempo llegué a comprender que no había tal peligro, y que la guerra no era más que un comodín.
Pero entre tanto la campana estaba ahí, justo en medio de la calle y a la vista de todos. La había instalado William, que tenía manía de militar. Dentro de su colección de cacharros se encontraba este pedazo de misil o balón de oxígeno -nunca se supo exactamente lo que era- que aportó muy complacido. Si por casualidad alguna vez sonaba la campana, el corazón se encogía, luego siempre respirábamos con tranquilidad cuando descubríamos que se trataba de algún gracioso del barrio que la hacía sonar y luego se daba a la fuga. ¡Pobre de él si lo pillaban! Esta campana tenía una particularidad: aunque estaba hecha para sonar, no podía ejercer su principal función porque estaba prohibido. Yo misma alguna vez me acerqué tímidamente y la hice sonar muy bajito, pues su presencia constituía un desafío para la muchachada, algo así como colarse en los patios ajenos.
Todos esperábamos que de un momento a otro sonase la campana llamándonos a los refugios. Yo pensaba que, de haber una guerra, me escondería debajo de la cama, hasta que terminara. Aquello se me antojaba una fiesta, me imaginaba que ese día no tendría que ir a la escuela, y que estaría toda la familia reunida, como los domingos. Lo único que me preocupaba eran mis abuelos, que estaban en otra provincia, pero suponía que, dado el caso, les daría tiempo a venir.
Al principio mis pensamientos sobre la guerra eran alegres e irreverentes, me la imaginaba como una fiesta, algo así como cuando venía un ciclón y no había que ir a la escuela. Con los años comencé a darme cuenta del peligro a que supuestamente estábamos expuestos, pero sólo podía pensar en estar cerca de mi familia cuando sucediera. El miedo más grande era caer en un refugio subterráneo y no encontrar a los míos. Pero no temía a la muerte, no sabía lo que era, así que cómo iba a temerla.
Nunca había estado en un refugio, aunque siempre me había gustado la oscuridad. Por ese motivo no me daban miedo esos lugares, que imaginaba estrechos y sucios, con luz artificial pero oscuros. A lo único que temía era a las cucarachas, porque seguro habría cucarachas, al fin y al cabo, era debajo de la tierra.
Tenía yo seis años cuando en 1983 pasó lo de Granada. La radio y la televisión divulgaron la noticia de que las tropas americanas habían reducido a un grupo de civiles cubanos que estaban en aquel país para construir un aeropuerto. La noticia era falsa, pero eso no se supo hasta después, en aquel momento un locutor con voz fúnebre comunicaba al pueblo que había caído el último patriota, abrazado a la bandera cubana, todo un héroe. Aquello era como una telenovela, de esas que tan bien digeríamos, recuerdo que en aquella época mis abuelos estaban pasándose una temporada en nuestra casa y mi abuela lloraba junto con mi tía, muy pendientes del televisor. Yo por supuesto no entendía lo que pasaba. Cuando pregunté y me dijeron que había muerto un grupo de cubanos seguí sin entender. Pensaba: “pero si no los conocen”, y llegué ingenuamente a preguntárselo: “abuela, ¿y tú conocías a ese hombre?”, y aún recuerdo su respuesta entre sollozos: “¡no, mija, pero eran cubanos que cayeron peleando por la patria!”. Ahí literalmente se me cruzaron los cables, por más que me esforzaba no podía entender aquel llanto por una causa tan ajena y tan rara.
Total, que daba igual que hubiera llorado porque luego se supo que la noticia era falsa, que los constructores no se habían inmolado como se suponía, sino que el ejército norteamericano los había hecho prisioneros, se habían entregado, para ser más exactos. Vaya fiasco, ni muertos sobre la bandera ni nada de eso, se rajaron en buen cubano.
Pero el fantasma de la guerra siguió planeando sobre mi niñez y llegó a volverse tan habitual que daba risa. Creo que si ahora utilizasen un nuevo vocablo para definir el horror me daría más miedo. Nos preparábamos para la “guerra necesaria”, o “la guerra de todo el pueblo”, términos realmente sórdidos, sobre todo si forman parte de la cotidianeidad de un niño.

Pasaje cadena azul. El frío y el calor

Nadie sabría decir el momento exacto en que comenzaron a cambiar las cosas. En el caso del pasaje, las cosas empezaron a podrirse cuando yo aún vivía ahí, y si me permiten la asociación culinaria, creo que todo comenzó a ponerse malo cuando dejó de haber helado en la cafetería de la esquina, "El frozzen", como le llamábamos.
Hasta ese momento en el mediodía del Sevillano no habían dejado de estar presentes los helados, uno de los motivos por los que mis primas estaban pasadas de peso. Recuerdo que desde pequeña mi tía siempre enviaba a una de mis primas –cuando me hice mayor me enviaba a mí- con un cacharro a la esquina, a hacer la cola del frozzen, una cola divertida porque también era punto de encuentro de los vecinos, y siempre había alguna conversación que escuchar. El frozzen era una cafetería sin mesas ni sillas, más bien era un punto de ventas con un mostrador muy largo, como las típicas bodegas de antes. Allí se vendían croquetas, pasteles, refrescos, masaarreales, torticas, aunque los favoritos de todos eran los helados, que nosotros comprábamos indiscriminadamente, (como vivíamos en la casa de los excesos).
A mí me gustaban de chocolate, aunque también los había de otros sabores como mango, caramelo o fresa -sin fresas, porque no eran de la marca Coppelia, sino Guarina,una marca de menos calidad-. Los podía llevar uno en barquillos o en un recipiente y en ese caso pedir los barquillos correspondientes para llevarlos aparte y luego en casa servir el helado sobre ellos. No había nada como la sensación de estar recién bañada una tarde de verano y sentarme en el suelo, delante de la televisión con mi helado en la mano, mientras el ventilador me refrescaba el cuerpo, y lo mejor de todo era el helado.
En un inicio solamente estaba el problema de la colas, que llegaban a durar hasta una hora, luego cuando la cosa empezó a ponerse mala el asunto era que los helados no satisfacían la demanda y empezaron a dar tickets para que la gente no se colase. A cada comprador -es decir, a cada número- le permitían llevar hasta cinco bolas. Ya esto fue señal de que las cosas no estaban yendo bien, entonces recuerdo que íbamos mis primas y yo a marcar, y cogíamos tres números, hasta a veces llevábamos a Rebeca, apenas un bebé, y cogíamos otro por ella. Como las colas eran interminables, una de mis primas se quedaba guardando el sitio mientras la otra regresaba a la casa, que estaba a dos cuadras y pasada media hora o más, la relevaba, así hasta que estaba llegando el turno de comprar, momento en que íbamos todas para coger veinte bolas de helado, que luego se zamparían de una sentada los integrantes de mi familia.
Sí, el helado era fundamental, si tengo caries hoy es por él, aunque quizás el hecho de que no tenga más que las que tengo también sea gracias a él.
Recordando las colas me viene a la mente un cartel que habían puesto en la pared de la cafetería, que llamó mi atención porque, aparte del tablón de anuncios, era lo único que adornaba aquel espacio desaliñado y además porque era diferente a las propagandas partidistas que normalmente estaban colgadas en cualquier establecimiento de este tipo. Era un proverbio, no recuerdo bien de dónde, que me aprendí mientras hacía cola, de tanto verlo. Decía:

“Triste es no tener amigos,
pero más triste debe ser
el no tener enemigos,
porque el que enemigo no tenga
señal es de que no tiene
ni talento que haga sombra,
ni carácter que impresione,
ni valor temido,
ni honra de la que murmuren,
ni bienes que se le codicien,
ni cosa buena que se le envidie”

Era realmente atípico, y a juzgar por los dependientes no sabría a quién atribuir su presencia pues uno era un señor mayor que no debía estar en esos asuntos, la otra era una mulata gorda que siempre tenía cara de cansada, Olga se llamaba, y no tenía mucho tipo de espiritual, aunque seguramente debajo de su gruesa figura latía un corazón grande y cursi.
En aquel entonces, con colas y todo, aún vivíamos en el paraíso, nadie pensaría que aquello iba a terminar de un momento a otro y que el frozzen llegaría a no vender nada más que cigarros y tabacos, y que sus máquinas frigoríficas de los años cincuenta, que hasta entonces estaban en funcionamiento, se podrirían de calor al no tener qué congelar.

Clasificados (la culpa es de Biote que me los mandó)

Si su suegra es una joyita, nosotros tenemos el mejor estuche para ella. Funeraria "La paz".

Hombre de buenas costumbres busca a alguien que se las quite.

Viejo verde busca ajovencita ecologista.

Divorcios 24 horas. Satisfacción garantizada o le devolvemos a su cónyuge.

Desempleado con muchos años de experienciase ofrece para estadísticas.

Viejito con mal de Parkinson se ofrece para tocar maracas en conjunto musical cubano.

Busco urgentemente cursos para ser millonario. Pago lo que sea.

Violaciones a domicilio, solicite muestra gratis.

Vendo auto 4 puertas,con excelente vista a la calle.

Chico tímido busca novia...bueno...esteee...es que...no, nada...ehh... no importa, mejor ya no.

Vendo gato "angora", mangana será muy tarde.

Viuda negra busca tipo millonario para casarse. Hasta que la muerte nos separe.

Se vende país con vista al mar. Tratar en inmobiliaria Fujimori & Cía.

Buscopersonaltécnicoparaarreglarmibarraespaciadora.

Sicópata asesinobusca una chica para relación corta.

Perro y suegra perdidos. Se dará recompensa por el perro.

Necesito cama con muchacha incluida.

Hombre invisible busca mujer transparentepara hacer cosas nunca vistas.

Por diabetes vendo mi dulce flauta.

Cambio chicle en buen estado por caramelo con poco uso.

Vndo máquina de scribir sminuva aunqu l falta una tcla.

Cambio moto hecha mierda por silla de ruedas.

Cambio condón roto por ropa de bebé.

Empresario con 2 penes busca secretaria bilingüe.

Busco novio o amante con carro del año.Interesados favor de enviar foto del carro.

Cambio suegra por víbora. Pago la diferencia!

Joven necesitado vende madre usada en perfectas condiciones. Excelente cocinera,buen trato y servicio de despertador (No hacer caso de las lágrimas).

Solo para enfermos pobres. Se vende lote de medicinas caducadas al por mayor.

Se solicita jovencita de grandes aspiracionespara trabajar como aspiradora.

Cambio pastor alemán por uno que hable español.

Cambio lindo perro doberman por mano ortópedica.

Ce dan klasesde hortografya!

Joven soltera y sin compromiso renta media cama .

martes, 10 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. Los quince de mi prima

Los quince de Yanet fueron un acontecimiento en todo el Sevillano. Aún guardo la foto que nos tiramos en la casa que ponía freno al pasaje, justo en la esquina; la más bonita de todo el barrio, con sus suelos de granito blanco, su puerta señorial y esa terraza sombría que no tenía desperdicio. Ahí estamos mi prima y yo, tumbadas sobre la cama de una casa ajena, ensayando la misma pose: las manos al junto a la cabeza, aguantándola como un marco, una pierna a lo largo y la otra doblada y sonriendo a la cámara con una sonrisa de lo más natural.
Los quince eran unas fiestas cursis donde todo era prestado. Aunque en aquel entonces no tenían mucho sentido como muestra de poder -por aquello de que todos éramos iguales- las familias la seguían -y aún siguen- usando para competir. Estos rezagos pequeño burgueses constituían una aberración dentro del socialismo, pero habría sido más fácil poner a la gente a comer piedra antes que quitarle al cubano, ostentoso por naturaleza, ese placer de lucirse aunque fuera de aquel modo ridículo.
Mi prima estaba preciosa, todo sea dicho. A pesar de sus libritas de más lucía lindísima en su vestido verde de tiritas, con su pelo encrespado y castaño claro en una melena a lo Rafaela Carrá, con las puntas hacia afuera, y esa carita pícara que siempre tuvo.
La casa nunca había abrigado a tanta gente; además de la familia y parientes del interior, que eran muchos, estaban presentes todos los vecinos del barrio y los amigos de mi prima, jóvenes que siempre me parecieron mayores, aún cuando veo las fotos me cuesta aceptar que tuviesen apenas 15 años. Será la moda. Era la época de los pantalones campana y de la música disco. Como siempre algún vecino buenagente había prestado una grabadora y sonaba una canción de Michael Jackson que yo recuerdo como "se me cae la trusa", no sé si era ésta la letra, pero todos la coreaban así.
Mi madre estaba hermosa en su vestido verde botella que se abrochaba al cuello. Llevaba la melena rubia recogida en una cebolla que la hacía aún más distinguida. Mi madre era preciosa y esbelta, gimnasta profesional, la envidia de todas las mujeres de la cuadra y el desvelo de mi padre, que no sabía qué hacer para contentarla. Le traía regalos, se ocupaba de que no le faltase de nada, y hasta se ocupaba de mí, que era su otra debilidad.
Pero por aquella época ya el amor se había evaporado de la relación entre mi padre y mi madre, quizás por eso ella se veía más bella, más fría, más ajena. Y mi padre volcaba en mí los besos que no tenían lugar. Yo me sabía depositaria de un sentimiento que no era mío, de un secreto demasiado grande para mi estatura. Cuando mi padre me besaba antes de dormirme con aquella ternura yo me decía: "este hombre está enamorado de mí", y hasta se me antojaba embarazoso. No sabía que estaba malherido y que pronto se iría de la casa, pero no todavía, antes había que comerse las croqueticas y el cake y tirarse las fotos detrás de la mesa como siempre con las botellas de refresco de adorno. Y bailar con Michael Jackson y esperar el momento en que pusieran "Marilú" de los Van Van, para que mi prima pudiera bailar pegadita con su novio apodado "Papito". Y había que jugar a la escoba y reírnos con las poses difíciles en que quedaba la gente cuando decían: "¡rojo!" y todo quedaba así detenido como en una postal, como yo lo recuerdo ahora en mi mente.

IVAN LINS - Vitoriosa

Canten conmigo.

Vitoriosa
Ivan Lins

Quero sua risada mais gostosa
Esse seu jeito de achar
Que a vida pode ser maravilhosa...

Quero sua alegria escandalosa
Vitoriosa por não ter
Vergonha de aprender como se goza...

Quero toda sua boca castidade
Quero toda sua louca liberdade
Quero toda essa vontade
De passar dos seus limites
E ir além, e ir além...

Quero sua risada mais gostosa
Esse seu jeito de achar
Que a vida pode ser maravilhosa
Que a vida pode ser maravilhosa...

Quero toda sua boca castidade
Quero toda sua louca liberdade
Quero toda essa vontade
De passar dos seus limites
E ir além, e ir além...

Quero sua risada mais gostosa
Esse seu jeito de achar
Que a vida pode ser maravilhosa
Que a vida pode ser maravilhosa...

Ivan Lins - Começar de Novo

Começar de novo

Começar de novo e contar comigo
Vai valer a pena ter amanhecido
Ter me rebelado, ter me debatido
Ter me machucado, ter sobrevivido
Ter virado a mesa, ter me conhecido
Ter virado o barco, ter me socorrido
Começar de novo e contar comigo
Vai valer a pena ter amanhecido

Sem as suas garras sempre tão seguras
Sem o teu fantasma, sem tua moldura
Sem suas escoras, sem o teu domínio
Sem tuas esporas, sem o teu fascínio
Começar de novo e contar comigo
Vai valer a pena já ter te esquecido
Começar de novo

lunes, 9 de junio de 2008

Zuza de noche


Esta foto tan guapa la encontramos en flickr y resultó ser mi amiga Zuza el verano pasado cuando volvía de su bar favorito en Ses Voltes. Para quienes no la conocen, Zuza es una personita muy especial y una excelente amiga.

Amy Winehouse. Valerie

Me gusta el modo en que canta esta chica, tiene un swing tremendo.

domingo, 8 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. La cena

Entre mis recuerdos hay uno muy especial y que aún me hace sonreír. Eran los tiempos en que mi padre ya viajaba y traía cosas exóticas de los países del este: copas de Bohemia, una vajilla de buena calidad -una rareza por entonces-, un samovar, cosas que mi tía Loren almacenaba como tesoros en su vitrina, de modo que estuvieran a la vista de todos, pero como todo lo bueno en esos tiempos, no se podían tocar.
Hasta un día en que sucedió un feliz acontecimiento: un conocido de mi padre, de no sé cuál país iba a venir a cenar a nuestra casa. Y entonces se armó el salpafuera porque aunque teníamos vajilla, no teníamos servilletas de tela (las de papel ni se conocían en aquellos tiempos) ni cubiertos elegantes, ni sabíamos muy bien cómo comportarnos. Toda la cuadra, literalmente, se puso en función de la comida. Así era en Cuba y aún funciona así en algunas zonas: los vecinos te ayudan desinteresadamente (y por regla de tres también te joden).
Una de las que más colaboró fue Ana, la de enfrente, que nos prestó un precioso mantel de hilo a juego con sus servilletas y estuvo con mi tía todo el día cocinando los manjares más exquisitos, manjares que nunca había visto en mi vida, o al menos servidos de esa forma tan elegante. Durante todo el día en la casa hubo un trasiego de gentes en constante actividad, si no fuera por el olor que iba a quedar, creo que habrían hasta pintado las paredes, aunque afortunadamente el trabajo voluntario se limitó a limpiar (baldear) como siempre hacían mis primas, y adornarlo todo hasta dejarlo reluciente.
A las siete de la tarde estábamos todos sentados en el portal esperando a que llegase mi padre con el ilustre visitante, como una familia de revistas. A mí me vistieron con mis mejores galas y aunque no era su costumbre, Apa incluso se había vestido y recortado el bigote. Mis primas lucían bucles en sus peinados, mi tía no parecía la cocinera desgreñada de todos los días, sino una dama elegante, y yo lucía sendos lazos en la cabeza. Mi madre, que era una gacela, había aprovechado para ponerse un conjunto modernísimo que le había traído mi padre de "afuera". Aquel fue mi primer contacto con un mundo que desconocía hasta entonces: el mundo de la etiqueta, que para los cubanos era algo así como una ciencia oculta.
La comida estaba riquísima -comida típica cubana, el refinamiento de mi tía no daba para más-. El visitante, de rojos mofletes, no entendía ni pizca de español aunque con sus sonrisas y ademanes daba muestras de estar muy complacido, de modo que la charla fue un fiasco y todos nos quedamos con las ganas de conocer un poco más a aquel extraterrestre que de pronto había aterrizado en nuestra casa. Un hombre de fuera, ¡un misterio! Y menos mal que era de un país socialista, porque de lo contrario hubiera sido un grave problema relacionarnos con él. Pero en este caso era un acto de fraternidad entre pueblos hermanos; un modo de enseñarle a los "camaradas" cómo vivíamos y comíamos los cubanos: con manteles de hilo y copas de bohemia, con fuentes para el potaje y el arroz y sobre todo, educadamente, sin discutir por la comida (en el caso de mis primas), dejando comida en el plato (para las cucarachas) y llevándonos la servilleta a la boca antes y después de beber agua. Aprovechando que el invitado no se enteraba de nada, nosotros nos reíamos hablando por lo bajo de lo bien que se nos daba el paripé y el pobre de mi padre intentaba traducirle al señor lo menos posible, con la cara roja por la vergüenza. Y lo estaba logrando hasta que voy y le digo: "Papi, pregúntale si ellos allá comen de esta manera todos los días". La mesa se vino abajo de las risas de todos, incluyedo mi padre que a esas alturas ya no pudo seguir disimulando. Afortundamente el visitante nunca llegó a saber por qué.

Pasaje cadena azul. Niña grande

Yo fui una niña triste y sin embargo no se notaba nada. Logré hacerme invisible para no molestar a mi gente, que bastante ocupados estaban en sus cosas. Mi tía siempre decía: "Ivisita no da lucha, es una niña tan buena...". Siempre fui callejera; cuando no estaba en casa de Nena saltaba a la de Aimée, y sino, me iba a jugar con mis primas y su pandilla, que ya eran mayores, a cualquier casa del pasaje. Así aprendí a bailar casino, a jugar dominó, damas, parchís, a cantar las canciones de moda, y otras cosas de mayores sin que nadie me enseñara. Cuando llegaba mi mamá del trabajo, le contaba los chistes verdes que había aprendido con una naturalidad que mi pobre madre no sabía si echarse a reír o a llorar. Entonces mandaba a llamar a mis primas y las castigaba: "¿Quién le enseñó eso a la niña?", preguntaba enojada, y yo me sentía como una traidora. En los días que seguían, mis primas no querían llevarme con ellas, y yo tenía que resignarme a jugar con Alina y Aimée, que no sabían malas palabras y se acostaban a las ocho con la calabacita. Pero eran buenas amigas, traviesas, aunque a su manera y sólo cuando sorteaban los innumerables castigos que les imponían sus escrictos padres: por dejar los juguetes regados, por hablar alto, por faltarle el respeto a la abuela... Y aunque con estas limitaciones, también nos divertíamos mucho jugando a sanos juegos infantiles, siempre bajo el ojo avisor de su madre o de su abuela Cuquita.
Pero mis amigas no siempre estaban en su casa, la mitad del tiempo se la pasaban donde sus otros abuelos, así que yo volvía a quedarme sola y ante la tentativa de tenerme pululando por mi casa como alma en pena, mi tía me autorizaba a ir con mis primas y yo volvía a las andanzas que tanto me gustaban.
Recuerdo un día en particular en que algo raro se cocía en el ambiente; los muchachos hablaban en clave y me miraban con caras escépticas, y yo sin enterarme de nada. Sólo entendía que mi prima Sisi decía: "Ella no dice nada", y Alfredito, el chico de al doblar decía: "¿Tú estás segura? Mira que si nos cogen..." Y Sisi, "no chico, no. No dice nada, te lo digo yo". Y así hasta que Danilda tomó la iniciativa y me preguntó:

- ¿Tú sabes guardar secretos?
Y yo, con cara de yo no fui:
- Sí. ¿Por qué?
- Porque te vamos a llevar a un lugar pero no puedes decírselo a tu mamá ni a tu tía. Si lo dices no vienes más con nosotros.

De más está decir que prometí no contarlo y así lo hice. Con tremendo misterio fuimos hasta la esquina y nos internamos en la casa de Magdalena, que tenía una hija contemporánea con mis primas. Era la primera vez que entraba a esa casa oscura, Magdalena estaba para el trabajo y Yaquelín, la hija, nos invitaba a pasar. Seguí a los muchachos hasta el patio y allí, con mucho sigilo, nos instalamos. Yaquelín entonces se paró sobre el bloque que utilizaba Magdalena para subirse y ver lo que acontecía en el pasaje. Y una vez que dio la orden de que no había moros en la costa, los chicos empezaron a organizarse. Aquello era una maratón de besos, y yo era la espectadora de excepción. La pandilla se había organizado cuatro parejas y el reto consistía en ver cuál de ellas duraba más enroscada en un beso. Mi prima Sisi, que al parecer no había encontrado pareja, tenía un reloj en la mano con el que medía el tiempo y vigilaba desde el puesto de mando que no fuese a venir Magdalena.
Yo no daba crédito a lo que veía, los chicos se habían quedado pegados mientras mi prima contaba los minutos. ¡Vaya juego más tonto!, me dije, y cogí una piedrita de tiza y me puse a dibujar. Aquello duró cerca de diez minutos, pero para mí fue interminable. No entendía mucho, pero algo sabía y ese algo me decía que estaba presenciando algo prohibido. Al final ganaron Yanet y Alfredito, que duraron un montón de minutos sin separarse. Yo perdí el interés desde aquel día y con el tiempo fui perdiéndolo cada vez más y más. Los chicos habían crecido y ya no jugaban a cosas divertidas, se la pasaban hablando de novios, oyendo música y haciéndose los bárbaros. No obstante tomé nota de todo este aprendizaje de la vida, que luego practiqué con mis compañeritos de juegos, cuando me tocó el turno de aleccionarlos.

sábado, 7 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. Verano azul II

Aún recuerdo nítidamente cuando mi papá me trajo de regalo una piscina inflable, de esas que vendían en las tiendas caras, y si lo recuerdo tan bien es porque aquello fue todo un acontecimiento en el barrio.
La piscina azul tenía tres niveles hinchables, y un diseño estampado con unas ranitas sobre una hoja de loto. Claro que se hacía difícil ver el diseño una vez que dentro de ella se metieron todos los gordos de mi casa. Por poco me la ponchan, y ni qué decir tengo que el nivel del agua subió tanto que inundó el patio. La escena de mi tío, mi tía y mis dos primas metidos en (mi) piscina era dolorosa para la vista. Han pasado muchos años y aún no se me ha borrado del recuerdo. Sobre todo porque se suponía que ellos no debían meterse, porque eran grandes (más que grandes). Pero claro, ¿quién le niega el derecho a nadie de tirarse un poco de agua por arriba en un mediodía cubano? Ah, eso podía ser causa de puñalada segura, (no en mi casa, aclaro, estoy exagerando para darle color a este relato.)
El ingenuo de mi padre, que se la pasaba trabajando, había llegado todo contento con la piscina desarmada bajo el brazo. Y allí fuimos todos a revisarla; era un objeto de lo más sofisticado. Tenía una bombita de pie para llenarla de aire sin esfuerzo, y traía parches y un pegamento especial por si se rompía. Falta que hicieron después. Antes le llamé ingenuo porque el pobre se tomó el trabajo de explicarle a mis tíos que la piscina era sólo para los niños, que nada de subirse tres o cuatro al mismo tiempo, que mis primas, que ya estaban mayores, se podían subir solamente de una en una, y nada de adultos ¡eh! Bien que lo había aclarado. Pero fue como hablarle a las paredes. En cuanto dio la espalda se armó la revolución. En un santiamén mi tía vació el patio de todos sus potingos y sillas viejas y se pusieron manos a la obra para inflar la dichosa piscina. ¿Tú la disfrutaste? Yo tampoco. Al principio me dejaron meterme dentro, con mis amiguitas de enfrente, mientras mis primas y mis tíos se afilaban los dientes mirándonos y calculando cómo meter sus gordos cuerpos dentro. Al rato dijo mi tía que teníamos que salir porque el agua estaba fría y nos podíamos resfriar. Y fue salir y mirar con desamparo cómo caían chapoteando dentro de mi linda piscina sus humanidades envueltas en carne. Pero era divertido, después de todo, verlos convertidos en niños por un rato. Riéndose y echando agua para afuera con sólo un movimiento del pie. Aquellos gordos eran lo más lindo que puede haber en la vida.

viernes, 6 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. Verano azul I

Los veranos en el pasaje eran la mar de divertidos. Si bien no contábamos con ninguna playa cerca donde poder jugar y refrescarnos, los niños no la echábamos en falta, pues si algo caracterizaba a los vecinos del pasaje era la alegría y la jodedera. No había sitio para el aburrimiento en ese mundo.

En las tardes de verano no era raro que el pasaje quedara totalmente cerrado a la circulación. Y esto sin que nadie pidiera permiso a las autoridades, ni porque fuera un día especial, simplemente se colocaban contenedores de basura en cada esquina y en el centro ponían, de un extremo a otro, una net de volleyball y se armaba la cosa. Si algún carro intentaba pasar, simplemente le hacíamos señas de que la calle estaba cerrada, y a otra cosa mariposa.

Todos participábamos de los torneos, ya fuera como jugadores o como espectadores, aunque a mí por la edad casi siempre me tocaba mirar, porque según mi tía, aquellos"mangansones" podían darme un mal golpe.

Los jugadores del barrio se tomaban muy en serio los torneos, incluso había árbitro, casi siempre algun mayor. Las discusiones por los puntos eran sonadas, aunque afortunadamente nunca trascendían el marco del juego, y es que en general los vecinos eran bastante pacíficos.

Como no lo he dicho antes lo hago ahora: el pasaje hacía honor a su nombre, era un atajo para llegar desde la calle Getrudis a la larguísima Continental, y justo en la esquina estaba la parada de la única guagua que llegaba por aquellos predios, así que no era raro que los juegos fuesen interrumpidos por los transeúntes que se bajaban de la guaga, algunos de los cuales incluso se embullaban e improvisaban unos saques, o dejaban sus cosas aparte y se metían de lleno en el juego.

Nuestra casa tenía una situación privilegiada, justo en el medio de la calle y con cierta elevación, así que no era raro que en días como estos nuestro portal se transformase en grada desde donde ver el juego. Si había sed, mi tía preparaba limonada para todos, y a veces sacaba pan con aceite y sal o pan con mantequilla, cosa que agradecían especialmente los sudados jugadores.

Cuando caía la noche, la gente volvía a meterse en sus casas a hacer sus deberes, pero si era sábado, la fiesta seguía de portal en portal. El de mi casa, por supuesto, era el que siempre congregaba a los vecinos a una tertulia abierta a la que bien podían incorporarse los que pasaban por la calle. Todo comenzaba cuando mi tía salía con su cesta del tejido o su revista Sputnik y se sentaba en su sillón a tejer o a leer. Luego venía Ana, la de enfrente y le daba conversación sobre cualquier tema intrascendente. Entonces Nena, mi vecina de al lado se metía en la conversación desde su portal, sentada en su respectivo sillón, o llegaba Anisita con sus cosas desde un poco más allá. Y ya estaba montaba la tertulia, sólo faltaba que alguien colase café y lo trajese en un plato con varias tazas, para todos, la noche era una fiesta de palabras, en la que todos disfrutábamos: desde los más pequeños hasta los grandes. Todos teníamos derecho a opinar, salvo en algunos temas "de mayores" que ya se cuidaban ellos de disimular.

Las conversaciones podían ser de lo más diversas: chismes del barrio, chismes de artistas, de moda, de música, del amor, de muertos y aparecidos (éstas me gustaban especialmente), y cualquier tema que estuviese de actualidad. Casi nunca se hablaba de política, o al menos no se creaban grandes discusiones, aunque sí se hablaba de chismes políticos, pero puedo decir si mi memoria no me traiciona que en la Cuba de entonces y en los estratos humildes como ése, la gente no se cuestionaba mucho sobre el futuro. La gente estaba cómoda con lo que tenía, con ese bienestar modesto y, sobre todo, con su seguridad. El futuro estaba garantizado (en apariencia), y la gente era sana y agradable. Aunque quizás eran mis ojos infantiles los que lo veían todo color de rosa. Quizás desde mi estatura yo no alcanzaba a ver lo que se cocía en el interior de cada casa, o de cada mente, porque por más que fuéramos una gran familia, detrás de cada muro cada cual escondía, y muy bien, sus secretos.


Si quieres ver el capítulo anterior pincha aquí.

Más entrevistas en el blog de Literarte

Amigos, como les dije el otro día, me está gustando esto de las entrevistas, así que he decidido continuar la saga, a ver qué pasa.
Por ello me fui a la feria del libro de Mallorca, cámara en mano, y cogí por la oreja a dos o tres amiguetes, que además son excelentes escritores, y les grabé para la posteridad. Fue muy divertido para mí, y me confirmó que hay que hacer más cosas para dar a conocer a los escritores, que son de las personas que más hacen por cambiar la sociedad, aunque no se les reconozca suficientemente porque por desgracia corren tiempos horribles en los que la gente no lee, o lee mal, o se agota de tanta publicidad, de tanta jodedera con el tiempo, que ya no juega más a nuestro favor como antes, ¡ah, qué tiempos aquellos en los que la gente se sentaba por las noches a conversar!
Se me ocurre que voy a escribir algo sobre eso.
¡Saludos!

jueves, 5 de junio de 2008

Compañero Tim Mc Coe por favor, preséntese en información


Bueno, después de unos días de una reñida votación (democrática, eso sí) el compañero Tim Mc Coe ha quedado ganador de un fin de semana en Mallorca con un acompañante. Se le solicita urgentemente para que llene las planillas correspondientes y pueda disfrutar del estímulo.


¡Felicidades, Tim Mc Coe!

miércoles, 4 de junio de 2008

El juego

Foto: Flickr
Me dan tres vueltas y ¡ras! me lanzan al espacio, y allí camino a tientas hasta que uno me toca y otro me habla y otro tira de mi pelo, uno me anima desde más atrás, todos dicen estar conmigo pero ninguno me quita el velo de los ojos, algunos se ríen de mí mientras otros me acarician y me soban y yo me siento pegajosa como un insecto en una telaraña. Uno se envalentona y se desnuda, y otro me rompe la blusa y me trata como puta. Todos me miran y a mí me recorre un cosquilleo que no augura nada bueno. Me doy cuenta de que el juego puede acabar mal.

Al final todos se van y me dejan con mi ceguera a cuestas. Pero era sólo un juego, y espero ansiosamente a que vuelva a empezar.

Un extraño fenómeno celeste

Este mediodía un anillo de luz bordeaba al sol. Era como un arcoiris pero redondo. No sé nada de astronomía pero era bien raro. Y si no me creen, fíjense en estas fotos.




El camino

Una mujer que no es mi madre me reclama
me despide de todos, me prepara
la maleta con pocas herramientas.

No sé adonde me lleva, pero sé
que he de seguir sus pasos dolorosos
para no malograrme en la abundancia.

Me ha tapado los ojos por si acaso
no quiere que recuerde las bondades
de mi vida anterior.

El incierto camino que me muestra
está lleno de dudas y malezas
pero me está prohibido preguntar.

No es mi deber seguirla
sin embargo la sigo en la certeza
de que me es imposible regresar.

martes, 3 de junio de 2008

Músicos callejeros en Palma de Mallorca

I don't wanna be part of the working man society!
A estos locos me los encontré el otro día en el centro de Palma, me encantaron.

lunes, 2 de junio de 2008

Primavera









Esta señal parece hacer referencia al paisaje que la rodea.












Hoy dejó de llover, hace un día precioso por aquí. Cuando volvía a casa del trabajo andando hice estas fotos, para que vean los tesoros que uno se encuentra por ahí.
Lo cierto es que, como ya dije en una ocasión, el Paseo de Calvià, que es el que une mi casa con mi trabajo actual, es un paseo precioso, y si no lo creen, juzguen ustedes mismos.

domingo, 1 de junio de 2008

Novedades en el blog de Literarte

Bueno, por aquí comenzó la Feria del Libro, que aunque en Mallorca por lo general pasa sin penas ni glorias (no vienen las grandes figuras que van, por ejemplo, a la de Madrid) lo cierto es que permiten a los escritores locales vender sus libros.
Yo ayer tuve la oportunidad de pasearme por la feria, que han instalado de nuevo en el majestuoso Paseo del Borne y pude conversar con algunos conocidos y amigos que presentaban libros. Esas conversaciones las he colgado en el blog de Literarte. Por si quieren verlas.
Hago una aclaración de que el hecho de que sean escritores locales no resta calidad a su obra. Aunque tuve suerte, también pude entrevistar a un escritor ya bastante reconocido entre los autores jóvenes españoles: David Torres. Espero que disfruten de las entrevistas, que tengan una buena semana.
Espero poder entrevistar a otros a lo largo de esta feria. Esto de las entrevistas me está gustando.

¡Qué mal me caen los domingos!

Parecería que estamos ante el diluvio universal, en esta isla no para de llover y eso me pone de muy mal humor.
Hoy me siento como si me hubiesen amarrado delante del televisor, veo la vida de la gente pasar y me parece que la mía estuviera detenida. Veo con impotencia cómo se enferma la gente, mi madre me echa en falta, mis amigos no me tienen cuando me necesitan, mientras yo estoy aquí, atada a esta soledad que yo misma me he buscado: la soledad del escritor, ¡y una mierda! La soledad del egoísta, del tonto que piensa ingenuamente que en los libros hallará la respuesta, pero no es así; la respuesta está en los ojos de la gente, está en el compromiso, esos ojos y ese compromiso que yo he ignorado por mirar al horizonte, buscando en los celajes las señales que hoy sé no llegarán. Hoy que ya casi no puedo mirar a los ojos al amigo sencillo que me brindó su conversación amable, a los niños que vinieron a jugar conmigo y que yo ahuyenté con pose de persona mayor. Y aunque estaba claro que por ahí no se iba a ninguna parte, mi obstinación fue inmensa, e igual de grande será la caída.
Pero no me preocupo, hay que pagar los platos rotos, por suerte o por desgracia no se puede borrar todo de un plumazo y hay tiempo -largos domingos como el de hoy- para darse cuenta y levantar el teléfono y pedir ayuda, o disculpas.