martes, 31 de julio de 2007

El viaje

El viaje que hoy proyecto lo inicié hace ya mucho tiempo.
El viaje es el adiós, el hasta luego, la vida que se queda,
y la que nos sorprende sin quererlo.
El viaje es alegría, es siempre una alegría.
El viaje es el silencio, la dulce soledad, el hedonismo.
El viaje es necesario.

domingo, 29 de julio de 2007

Artículo sobre los cubanos

Parece que me cebo en el tema cubano, y parecería que no dejo de pensar en él. Lo cierto es que, (y hoy lo hablaba con amigos), me siento cada vez más ciudadana del mundo, menos aferrada a esos conceptos engañosos de patria y cosas por el estilo. Y me siento afortunada, porque eso me permite mirar las cosas más desprejuiciadamente, tomar lo bueno de mi país, compararlo con lo bueno de éste en el que he venido a vivir, pero también he aprendido de aquí y de allá, puesto que España y sobre todo Mallorca son muy cosmopolitas, y hay gente de todo el mundo. Y qué bueno es esto de la mezcla, qué enriquecedor, miren, sin ir más lejos, ayer por la mañana estuve con mis amigas, una española y dos argentinas. Por la noche fui a una fiesta de peruanos, porque me enviaron a cubrirla desde un periódico para el cual colaboro, y allí conocí a una chica muy simpática de padre libanés y madre peruana criada en Barcelona, toda una mezcla ella misma. Hoy estuve en una reunión de una asociación de nigerianos, también por el periódico Baleares sin Fronteras, y luego conversé largo y tendido con un gitano que me contó cosas acerca de su raza, en fín, que ha sido un fin de semana multicultural, y eso que no estoy contando a los españoles y cubanos con los cuales departí.
Y conversando sobre este tema me vino a la mente un reportaje sobre los cubanos que hace año y medio me publicaron en este mismo periódico, y quiero compartirlo con ustedes, puesto que, si bien algunas cosas ya están desfasadas, es un reportaje que me gusta bastante, estoy satisfecha del mismo, y hay cosas que, supongo, se repiten en otros lugares del mundo.
Tengan en cuenta que está hecho para un público que no conoce del tema, por lo que hay cosas que parecerán obvias para los cubanos y el lenguajees, cómo no, al estilo de aquí, de España.

Saludos y que lo disfruten.



La comunidad cubana de Baleares

Ivis Acosta Ferrer

La relación de la isla de Cuba con las Baleares es un romance antiguo que data de la época en que la primera era una colonia española. En un principio fueron los hijos del Mediterráneo quienes emigraron hacia el Caribe, llevando consigo los ecos de su cultura y creando vínculos que, en su mayoría, fueron definitivos.
Fue a partir de la década del 90 que el flujo se invirtió. La irrupción más o menos masiva de cubanos en Baleares fue consecuencia del así llamado “período especial”, la gran crisis económica que vivió la isla caribeña por el derrumbe del campo socialista. Antes de esta fecha ya había cubanos en Mallorca, pero su presencia era meramente testimonial.
No fue hasta que la situación se hizo insoportable cuando muchos descendientes de baleáricos se aferraron a sus raíces y decidieron venir a probar fortuna a la tierra de sus antecesores. Otros con menos suerte lo intentaron por las vías más diversas, alguna de ellas poco dignas como el “jineteo”, o sea la prostitución con extranjeros. En 1997, el número de cubanos en Baleares era solamente de 377, según datos del Instituto Balear de Estadísticas (IBAE), una cifra que contrasta con las del año 2005, que aseguran que esta cantidad había ascendido hasta 1.875, un número de todos modos pequeño, si se compara con otras colonias extranjeras.
A principios de 2006 se puede afirmar que este número ha aumentado, sobre todo tras el masivo proceso de regularización. Según fuentes del Ayuntamiento de Palma de Mallorca, los datos del padrón del mes de enero de este año reflejan que sólo en este municipio hay registrados 967 cubanos, de los cuales 430 son hombres y 537, mujeres.

Medicina y salsa
La comunidad cubana en Baleares tiene características muy peculiares que la distinguen de otras comunidades de inmigrantes. En primer lugar se distingue por su alto nivel de escolarización, semejante a la de cualquier país del primer mundo. Esto se debe a que la educación siempre ha sido, junto con la salud pública, uno de los estandartes de la Revolución comandada por Fidel Castro. Así pues, abundan los profesionales de todo tipo, pero muy especialmente los médicos, que sólo en Mallorca rondan el centenar. Tal concentración de profesionales de la salud es un dato curioso dentro de una comunidad relativamente pequeña.
Afortunadamente estos profesionales han tenido muy buena acogida en los centros de salud dada su buena preparación, no en balde la medicina cubana ha ganado fama mundial con la creación, entre otras iniciativas, de la Escuela Latinoamericana de Medicina, una de las tantas iniciativas curiosas del Comandante en Jefe, no exenta de polémica por los gastos que conlleva formar gratuitamente a miles de médicos de toda Latinoamérica, en un país con una economía depauperada como es la cubana.
La alegría es un denominador común a los nativos de esa isla; los ritmos como la Salsa y el Son no faltan cuando se reúnen para celebrar. Basta decir que junto a Brasil, Cuba es el país que más ritmos musicales ha exportado al mundo. Aquí en Mallorca grupos como “Caribbean Band”, o el desaparecido “Aixó es l’Havana”, han cosechado éxitos y seguidores en toda la Isla.
En lo que bailes respecta, hay quienes han hecho de la Salsa su medio de vida. Profesores como Adonis han enseñado a mover las caderas a toda una generación de mallorquines.
Pero no todos los cubanos son alegres y dicharacheros, sólo en su justa medida. El cubano cultiva la alegría, el humor, pero una cosa muy distinta a estar en Cuba es estar en un nuevo medio. Cuando el frío y la hostilidad pegan, no queda cubano alegre. Que lo digan sino algunos que no pueden regresar a la isla por tiempo indefinido, esos que se vuelven nostálgicos y taciturnos, aunque disfracen su tristeza bajo una máscara de salsa y alboroto.

La suerte de ser cubanos
Ya sea por su preparación, por su desenfado, por el hecho destacable de que no suelen estar ligados a conductas delictivas, o incluso por el hermanamiento que aún pervive entre estas dos Islas, puede decirse que los cubanos son inmigrantes afortunados. Generalmente se les trata con simpatía y suelen hacer amigos rápidamente. Cabe recordar que Cuba fue la última colonia de España en Latinoamérica y que la emigración balear por motivos económicos se mantuvo hasta mediados del siglo pasado.
Otra característica que se aprecia en los colectivos de cubanos, algo curiosa si se tiene en cuenta la pretendida “unidad latinoamericana” que tanto se mitifica en la isla caribeña, es su falta de identificación con el resto de las comunidades de Latinoamérica presentes en las Islas. Parecería que los cubanos no se sienten parte de esa masa de latinos que puja por salir adelante en su nueva tierra de acogida. Algo de culpa tiene la propia Revolución, un sistema que, pese a todos sus defectos, ha brindado unas garantías sociales mínimas que les han llevado, sin querer, a mirar por encima del hombro a sus vecinos sudamericanos.
El resto lo ponen el aislamiento propio de Cuba, un país detenido en el tiempo, donde viajar es un eterno imposible, y por último, pero no menos importante, el trato preferencial que se les otorga en cuestiones de asilo y nacionalidad: mientras que inmigrantes de otros países han de esperar hasta diez años para pedir la nacionalidad, hay cubanos que a los dos años ya pueden solicitarla.

Falta de asociacionismo
Pero no es este el único detalle diferente con respecto a los oriundos de “la llave del Golfo”, como también se le conoce a este país. Salta a la vista la falta de asociacionismo de este colectivo. En su casi una década de afluencia continua no han sido capaces de establecer ningún tipo de asociación que funcione ante las instituciones y que aúne sus intereses. Tampoco abundan los ejemplos de empresas fundadas por cubanos que hayan destacado por su calidad o innovación. Por no funcionar no han funcionado ni siquiera los restaurantes de comida típica.
Dice un texto de esos que circulan por Internet, que un profeta, interrogado sobre los cubanos dijo: “Cada uno de ellos lleva la chispa del genio, y los genios no se llevan entre sí. De ahí que reunir a los cubanos es fácil, pero unirlos imposible”. Y también: “un cubano es capaz de lograr todo en este mundo, menos el aplauso de otros cubanos”.
Quizás el tal profeta, en su definición apasionada, estaba cayendo en un tópico, o creándolo, pero no iba muy despistado; en efecto, aunarlos hoy día es tarea inútil. El resentimiento que han heredado de un sistema manipulador hace que desconfíen de cualquier intento de agrupación, por considerarlo sospechoso. Entre los cubanos reina la anarquía, si se les mira a gran escala sociológica, pero: ¿a qué se debe esta anarquía y esta falta de asociación?
Varias y de muy diversa índole son las causas: la primera y más determinante es la apatía, ese mal vicio generado por años de un gobierno socialista que tanta uniformidad ha pretendido crear, con la consecuente falta de iniciativa privada.
Asimismo, la no asociación de los cubanos es un efecto rebote que sucede a un exceso de afiliación política, ya que en la isla de Cuba es imposible no estar afiliado al menos a una organización y por tanto controlado por mil ojos vigilantes.
Pero como todo fenómeno de rebote, esta tendencia que hoy se acusa será circunstancial, irá pasando en la medida en que los cubanos se vayan integrando a su nuevo medio, liberándose de sus complejos de seres adoctrinados y poco libres y vayan adquiriendo, junto con la conciencia de la libertad personal, ese otro espíritu práctico y emprendedor que se ha perdido en tantos años de ineficiencia socialista.

La esperanza de la comunidad
Hoy día ya empiezan a darse cada vez más las condiciones para que los cubanos comiencen a asociarse y hacer valer su cultura, la verdadera, no ese folclor de salsa, sexo y color tropical que no deja de ser un lugar común.
Basta que surja un líder con mentalidad práctica, alejado de la doctrina y la doble moral, y los malos vicios socialistas. Alguien, en definitiva, que no desprenda el tufillo de la manipulación.

sábado, 28 de julio de 2007

Ella tenía que salir

Ella no había salido, pobrecita, no entendía que las cosas más importantes a veces se dan por sentado, no sabía su papel fundamental en todo esto. A ella le gusta que se lo digan, porque ella es así, malcriadita.

Y es cierto que jugué un poco a enfadarla, a ver qué iba a decir, porque ella siempre dice (por teléfono, por escrito) y yo obedezco a todo lo que ella dice, porque a las madres hay que hacerles caso, aunque parezcan caprichosas, aunque estén tan lejos que ya no puedan verificar si se cumplieron sus designios. Porque madre hay una sola.

Esta es la mía, y mi abuela materna, Catalina. ¡Como sabe la viejita esa! Un día les hablaré de ella, es un poema.


Amigas del curro


Qué rico la pasamos esta mañana hablando de nuestro antiguo trabajo, las cuatro mosqueteras, bueno, las cinco porque Gabi trae premio.

Besitos, chicas, las quiero mucho, sois las mejores. Mucha suerte para todas en vuestras aventuras.


Ivis.


De izquierda a derecha, Ivis (una servidora), Paula, argentina y la chica más pragmática del mundo, Isa, madrileña y de vez en cuando "corresponsal en Palma" en su blog, y Gabi, argentina, diseñadora y embarazadísima.

Faltaron Rocío, María José y Esther, otra vez será.


PD: Beíta, no te me pongas celosa, tú también estás en mi corazón. Mándame una foto tuya pa colgarla. ¡Guapa! Suerte en Marruecos.



viernes, 27 de julio de 2007

Las consignas martianas




He cometido grandes estupideces en estos días, sin embargo, como dicen que dijo Chaplin, diré "no me arrepiento de mis errores, no quisiera renunciar a la deliciosa libertad de equivocarme".
Pienso que si es verdad que Chaplin, Buda, etc. han dicho todas esas frases tan bonitas y filosóficas, debían ser unos tipos de puta madre, unos genios, vaya.
En Cuba pasa lo mismo, pero con Martí, al pobre lo tienen seco, para cualquier situación había una frase de Martí que venía como anillo al dedo. Claro que, fuera de contexto, hasta una cantinflada tendría sentido.
Recuerdo una noche cuando tenía como 17 años en que me acosté sin fregar los platos, cosa que había prometido hacer, y mi madre, muy dada a dejarme notas cuando se iba a trabajar, me escribió una que aún recuerdo, porque me marcó para toda la vida.
Decía la nota: "el sueño es pecado cuando queda algo por hacer, José Martí".
En aquel momento la nota me sobrecogió, y sentí un gran cargo de conciencia, hoy me descojono cada vez que la recuerdo. Ay mi mami, qué graciosa. Un besito, te quiero, de todos modos que sepas que el mensaje me llegó, pero vieja por poco me provocas un trauma, quién sabe si quizás por eso es que ahora padezco de insomnio.
Para quienes no lo conozcan, José Martí es el gran ideólogo de la revolución cubana (sin llegar siquiera a soñarlo pues el pobre murió medio siglo antes, en 1895). Fue un visionario, a juzgar por todo lo que han dado de sí sus discursos, artículos, poemas, obras de teatro y hasta cartas familiares, todos ellos recogidos en sus obras completas.
¿Quién no recuerda frases como "en silencio ha tenido que ser, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas", de aquella serie que conmovió a Cuba entera. Otras como: "vale más un minuto de pie que una vida de rodillas", o "Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres" o "los niños son la esperanza del mundo", o aquella estrofa exaltada de "Abdala" donde decía aquello de "el amor, madre, a la patria/no es el amor ridículo a la tierra/ni a la hierba que pisan nuestras plantas/es el odio invencible a quien la oprime/ es el rencor eterno a quien la ataca".
Yo recuerdo con mucho cariño una frase que me enseñó mi madre y que luego pude buscar en una antología martiana que ella misma me regaló (y que quizás influyó en mi educación más de lo que soy consciente). Era la carta a María Mantilla, su ahijada, en la que le aconsejaba lo siguiente: "Pasa, callada, por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda." O esta otra que reproduciré completa, tal cual la he hallado en Google (es increíble pero ahora en internet se enuentra de todo), y es la siguiente: "Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor. -Y esa naturalidad, y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con encanto en la historia de las criaturas de la tierra."
Definitivamente es imposible (y nada más lejos de mi intención) ridiculizar a un escritor excepcional y un filósofo sobresaliente como José Martí, un hombre "con el decoro de muchos hombres", parafraséandolo. Pero no he sido yo quien ha abusado de él, sino los ideólogos de la revolución, y luego el pueblo llano, porque las cosas son así: comienzan por arriba y cuando se arraigan en el inconsciente colectivo ya el pueblo las hace suyas y ahí se acabó el copyright. ¿Y quién puede decirle a ese pobre bodeguero que con la mejor de las intenciones estampa una frase martiana en la pared de su bodega, en el fragor de un trabajo voluntario, de que quizás un lugar tan terrenal no es el más apropiado para este fin, sobre todo si la frase no tiene nada que ver con el contexto?
Puro realismo socialista, aunque casi que prefiero haber crecido viendo ese tipo de cosas que tantos anuncios publicitarios, como es la costumbre en el capitalismo, pero bueno, eso es otra reflexión, que hablábamos de Martí.
Como todo en esta vida, la filosofía martiana y su vigencia tienen un límite, y límites fue precisamente lo que no pusieron en Cuba. Los graffitteros institucionales cubanos abusaron tanto de las consignas y de las enseñanzas de Martí,(y no sólo de éste sino de Lenin, Marx, Engels, el Ché) que sus enseñanzas perdieron su encanto y su efectividad, y llegaron al colmo del ridículo, a la parodia. Las consignas -que ya no eran más frases sino consignas- servían lo mismo para estar en la pared o el mural ¿se acuerdan de los murales? de una escuela, que a la entrada de una cárcel, o de una tienda, donde perfectamente podría poner "Aquí no se rinde nadie". ¿Aquí? ¿Dónde? ¿En la escuela, en la cárcel o en la tienda? En fín.
Y es que el contexto lo es todo, y para sacar las cosas de su contexto original hay que ser muy cuidadosos, que no todo vale.
De todas formas, creo que todos los cubanos educados en la revolución habremos de agradecer a las ocurrencias de los grafitteros socialistas el gozar de una formación humanista que, aunque luego se haya perdido u olvidado durante el período especial, está ahí, en nuestro subconsciente, y es la que quizás nos haya servido a muchos para no perder el norte y no dejarnos llevar por la religión del consumo que impera en este capitalismo brutal, o quizás, sin saberlo, estos pensamientos sean como la biblia con la que muchos padres educan a sus hijos (eso y las canciones de la nueva trova). No me cabe duda de que así ha de ser, y el que no haya recordado una frase de Martí o una canción de Silvio estando fuera de Cuba debe ser porque emigró muy jovencito, porque eran el pan nuestro de cada día.
Yo al menos lo veo así. Y antes de despedirme los dejo con otra perla, martiana, cómo no: "El hombre, fuera de su patria, es como un árbol en el mar", ¿será verdad?

jueves, 26 de julio de 2007

Monólogo

Cada día me voy convirtiendo más y más en un objeto decorativo. Mis fuerzas no son suficientes para luchar contra la avalancha de ideas preconcebidas, expectativas que sobre mi persona recaen. El rol femenino se impone a mis deseos de romper con los esquemas tradicionales, machistas por demás.
Me voy limitando a dos actividades fundamentales: limpiar y fornicar. Sí, por raro que parezca: eso es lo que se pide de mí, y eso es lo que doy; aunque esté convencida de que pudiera dar tantas cosas más... pero es inútil intentarlo, así que callo y limpio, fornico y grito, y cada gemido de placer es una queja, un escape de presión. Cuando todo mi interior se rebela por las cosas que le faltan, yo grito aún más fuerte para no escuchar a mi conciencia que me dice: “¡rebélate!”.
Y hay que decir que cada vez soy más eficiente en mis dos actividades, como una máquina bien programada: barro, me desnudo con aire descuidado, organizo, me tiendo en la cama de espaldas, quito el polvo, muevo mi cuerpo hacia delante y hacia atrás, boto la basura, finjo un orgasmo inmejorable, todo esto con una precisión asombrosa. Me he resignado ya, no hay nada que se pueda hacer.
Es cierto que una vez intenté rebelarme, pero comenzaron los problemas: la sociedad a señalarme con el dedo, las cosas a salirme mal, y entonces me di cuenta de que lo que yo necesitaba era un hombre que me representara, y dejarme de tantas ideas locas, que no me llevarían a ningún lugar. Me busqué mi hombre y aquí estoy, limpiando y... bueno, ya se sabe.
Todas las noches sueño: con irme muy lejos, con hacer locuras, viajar a otro continente, no sé, cosas que no puedo y quizás nunca llegue a hacer, y luego abro los ojos y me encuentro que tengo tantas cosas pendientes, que soñar es una pérdida de tiempo.
Entonces cojo el trapo y me pongo a limpiar.

martes, 24 de julio de 2007

Cuba es una tura

Acabo de darme cuenta de que Cuba es una metáfora, una tura, como diría Cortázar. El ideal que nunca se ha alcanzado, pero que todos creen que han vivido. Todos defendemos algo que sabemos que no existe, una utopía. Una utopía que nos ha hecho esclavos, y que sin embargo nos enorgullece, porque dentro del pan que nos comimos estaba la semilla del trigo delirante del olvido.

Tardes de verano

Qué raro es todo en las tardes veraniegas, de pronto me caen encima años y lo comprendo todo de una vez, las delicadas e invisibles piezas que componen el engranaje que permite que el mundo se mueva, y, sobre todo, mi papel en ese engranaje. Y es que no nos engañemos, estamos predestinados a cumplir una función en este juego, otra cosa es que nos escapemos, huyamos, no querramos crecer, pero es como el cuento de aquel hombre que huía de su muerte, al final nuestro destino nos alcanza.

Lo peor de todo es que nuestras mayores pesadillas casi siempre terminan por hacerse realidad, y ¿qué se puede hacer contra eso? Ir al psicólogo supongo, cambiar de almohada, (o cambiar de vida, lo cual es más difícil).

No lo sabemos, pero estamos marcados por un hierro invisible y antiguo, y pienso si será posible escapar de nuestro destino.

Perdonen que hable en clave.
Ya sé que debe ser difícil estar del otro lado y aguantar estas cavilaciones sin sentido, aunque en el fondo los problemas que hoy me afectan a mí , (estos asuntos abstractos y tan subjetivos) un día pueden ser los de otros y no está de más reflexionar, quién sabe si esto que hoy escribo sirva para algo.
Decía que en las tardes de verano uno, bueno, hablo por mí, se siente más propenso a reflexionar, claro eso pasa cuando uno anda medio triste y no soporta el griterío de la gente en las playas, ni el sol. La gente y el sol ¡cuánta salud! como me decían algunos piropeadores de Cuba: "¡niñaaaaaaa, qué salud!" Entendiendo por salud el producto resultante de la división del diámetro del culo entre el diámetro de la cintura. Da igual si te estás muriendo de cáncer, mientras tengas un buen culo en Cuba te seguirán diciendo que tienes tremenda salud.
Siempre me voy por las ramas, lo siento, mira que hay veces que quiero ser consecuente, una persona consecuentemente triste no se puede permitir esos comentarios sobre el culo y la salud. El caso es que a mí la tristeza me dura lo que un merengue en la puerta de un colegio, como decía mi mamá, o según mi novio tengo un temperamento voluble, ¿es eso estar loca? Bueno, me da igual, ya no me importa, o sea que debo estar verdaderamente loca.
Volvamos a la tristeza ¿les he dicho lo mucho que disfruto de estar triste? Lo mucho que me gusta, quizás demasiado, sufrir por las cosas, deprimirme, acostarme en la cama y llorar a lágrima viva, a lágrima muerta, y decir, como cuando era chiquitica "mamiiiiiii" mientras hago pucheros, eso me mola, como dicen aquí en España.
Pero nunca me dura demasiado, soy en eso muy cubana, como el cuento de la pachanga, o del sombrero, son dos de mis favoritos:

La pachanga
Está Fidel en la Plaza de la Revolución, como solía hacer, arengando al pueblo, y el pueblo como de costumbre, contestándo unánime y embobado a sus consignas. Y dice lo siguiente:
- Los americanos dicen que a nosotros los cubanos no nos gusta trabajar, y yo preguno: ¿es cierto eso? ¿Es verdad que no nos gusta trabajar?- Y todo el pueblo al unísono contesta: ¡No, Fidel!, como un eco que retumba.
Y continúa Fidel:
- Los americanos dicen que a nosotros solamente nos gusta bailar y tomar, y yo pregunto: ¿es verdad eso, pueblo de Cuba?
Y el pueblo de Cuba contesta firme: ¡No, Fidel!
Y continúa el Fifo:
- Dicen ellos que a nosotros solamentenos gusta la pachanga, y yo pregunto: ¿Es verdad que nos gusta la pachanga?
- ¡No Fidel!
- ¿Nos gusta la pachanga?
Y el pueblo a coro:
- ¡No Fidel!
y Fidel
- ¿Nos gusta la pachanga?
y el pueblo:
- ¡No Fidel!
- ¿Nos gusta la pachanga?- ¡No Fidel!
- ¿Nos gusta la pachanga?- ¡No Fidel!
- ¿Nos gusta la pachanga?- ¡No Fidel!
- ¿Nos gusta la pachanga?- ¡No Fidel!

Y se armó la pachanga.

Ahora me cansé el cuento del sombrero se los hago más tarde, por lo pronto ya se me olvidó todo el asunto del sentido de la vida, las "invisibles piezas que componen el engranaje que permite que el mundo se mueva, y, sobre todo, mi papel en ese engranaje" (verdad que me pongo épica).
Un saludo, buenas tardes, creo que me voy a la playa, con la muchachada y su griterío, jajaja.
Voy a tener que medirme sino se van a pensar que estoy loca de verdad.
Adéu.

lunes, 23 de julio de 2007

Una foto mía


Esta foto me la hizo Juan Pascual, un buen amigo, hace ya cuatro años, me gusta mucho.

Como hoy la cosa va de fotos, la comparto.


Saludos,

Yo.


sábado, 21 de julio de 2007

Recordar y olvidar

Cansada de productos enlatados, me dispongo a escribir algo actual para el universo invisible de los rascabuchadores electrónicos (sin ánimo de ofender).

Constantemente pienso en ideas y frases que no anoto por pereza o por la certidumbre de que se repetirán y tendré tiempo de volver a pensarlas y elaborarlas como es debido, puesto que todo en esta vida es cíclico, y puesto que sé de buena tinta que las mejores ideas, los mejores momentos y los mejores amantes no se pueden apresar. Ironías del destino.

Hace mucho tiempo que no tengo afán por captar la vida en su totalidad, sino que me entretengo en dibujar pinceladas, aproximaciones...

En los momentos más felices de mi vida, o ante los paisajes más bellos, nunca he tenido a mano una cámara fotográfica, casualmente o porque el destino lo quiso así. Ahora me he acostumbrado y no sé si por romanticismo o superstición me niego a congelar esos instantes en los que soy plenamente feliz. Que la felicidad total sólo puede ser preservada en el recuerdo, hasta que el olvido o la muerte lo permitan. ¿O no?

Mi conciencia y yo

Escribir me resulta en extremo doloroso, pero ya no puedo evitarlo ni un minuto más. He esperado mucho tiempo, echando mano a todas las excusas disponibles para no tener que llegar a este momento, pero ya está aquí. Me encuentro ahora mismo con la boca amordazada por un pañuelo, para sofocar el dolor. Mis manos están atadas a los brazos de la butaca, de modo que caen justo sobre el teclado del ordenador, y ha comenzado a hacerme efecto el brebaje que me ha dado a beber mi conciencia, sí, la misma que tengo delante azotándome con un plumero de finas plumas, para que pierda el sentido del tiempo, y suelte los puños cerrados.
Ahora se ha sentado delante de mí, la muy puta... en la esquina del escritorio, como lo haría una adolescente despreocupada, con las piernas abiertas. La falda (deliberadamente corta y alzada) deja entrever una sinuosa y oscura cavidad, llena de pelos. No, no lleva nada... y me tienta a escribir. ¡Dios mío, ayúdame, sabes cuánto me cuesta mover los dedos con este reuma que me mata! No puedo, no soy capaz.
Ahora se lleva un dedo a la boca, lo succiona, como una vampiresa, lo succiona y yo comienzo a excitarme, me mira, lo chupa, se relame de gusto (no sé a qué puede saber un dedo de mi conciencia) pero yo, como por arte de magia, comienzo a escribir. Escribo, voy describiendo la escena: ella ahí, yo aquí con las manos atadas a la butaca giratoria, ella musa inspiradora de mis deseos, yo peón de un juego que no sé cuál es, ella, bruja instigadora de mis caprichos, yo, su esclavo. Se acerca cada vez más y... ¿qué veo? No, no, no, por favor, no... lo hagas (creo que voy a desmayarme) ¡Noooooooooo! Pero lo hace, y me gusta, sus ojos en los míos, el dedo moviéndose acompasadamente, me duele, me gusta. ¡Oh madre, qué desgracia esta educación que me has dado, machista y puritana como tú! ¿Qué es esto de querer lo prohibido con más ansias que si fuera el paraíso? ¡Oh, madre, oh madre, oh madre! ¿Por quéeeeeee?
Mi conciencia por fin ha sacado su dedo de donde estaba, y se lo vuelve a chupar, y yo continúo escribiendo como demente, cosas sin sentido, y ya no me duelen los dedos, no temo a nadie ni a nada; me ha desvirgado de esa ridícula-inocencia-protectora-de-hombres-mediocres y me ha dado al fin la libertad de la que hablan los poetas.
Continúo excitándome con sus excentricidades, solo que ésta vez me desata una mano y me dice que haga con ella lo que quiera, y yo muevo los dedos, ésta vez sin dolor, soy un metal inflamado al contacto con el oxígeno (ella), y voy a tocar justo donde me pidió que lo hiciese, donde tanto tiempo ha estado esperando que lo haga, y mi conciencia se esfuma de placer al verme recorrer de abajo a arriba y viceversa, con fuerza, como por sobre un piano, las teclas del ordenador.

miércoles, 18 de julio de 2007

Cuento

Esta es la historia de un cuento que no se dejaba hacer; mientras más el escritor lo perseguía y lo cercaba, intentando contarlo con sinónimos y palabras, él, suavemente primero y luego repentino, se desamarraba de su lazo y salía corriendo a disfrazarse, a ser otro, a no repetirse, de manera que el escritor quedase confundido sobre la veracidad de lo que contaba. El pobre hombre que pretendía vivir de las mentiras que creaba su fértil imaginación desesperaba entonces al ver que nada encajaba en su sitio, que donde antes había puesto una coma, ahora iba una risa. Entonces la contradicción se le antojaba, no como un resultado de su pobre memoria, o de su impericia, sino como una especie de burla: el cuento se estaba burlando de él. Mañosamente, a través de los homófonos, le sugería imágenes distintas cada vez que nombraba algún vocablo, que se transformaba en su contrario, de modo que todo se volvía un absurdo de direcciones falsas, un equilibrio de fuerzas perfecto, mientras las del pobre escritor menguaban, perdidas en el vacío de las formas.
Una vez lo acechó, llegó a aproximarse tanto a él con apuntes y definiciones que casi lo tuvo entre sus redes informáticas: el cuento dio vueltas durante tres días seguidos de su cabeza al ordenador, porque él había cerrado filas en torno a su cerebro para no dar paso a digresiones. Y así estuvo pensándolo tres días, rumiándolo como las vacas a su alimento, lamiéndolo, sobándolo, diciéndole: “de esta no te me escapas”, persuadiéndolo con astutos argumentos… Ya casi lo tenía acorralado cuando pensó en la fama que tendría al terminarlo: se imaginaba aplaudido, nombrado canciller de su país, premiado por las más ilustres universidades… Y justo cuando debía pensar en un final decente para la trama que yacía bajo su ambiciosa pluma, se distrajo.
Esta última distracción fue fatal: calculaba las ganancias que obtendría de su bien tejida historia, cuando aprovechó ésta para morderle el cuello, hinchado de orgullo prematuro, y acto seguido salió disparada hacia el espacio sideral, donde aún permanece, tentando, sugiriendo, dejándose tocar hasta que otro pensador se dé por enterado, intente rescatarla y termine transformado en buscador de tesoros inaprensibles.

martes, 17 de julio de 2007

Lentitud

Me gusta prolongar las cosas
inútilmente
hasta ver qué dan de sí.

A veces los extremos dan sorpresas
agradables.

Improvisar,
algo de adrenalina,
otro color.

Exprimir los minutos a las horas,
burlarnos del reloj.

domingo, 15 de julio de 2007

Reacción en cadena

Aquel primero de enero mi familia era un mar de lágrimas: mi madre lloraba, mi abuela también, mis tías, primos, y hasta el perro, y yo no entendía nada.
Todo comenzó cuando dieron las doce, estábamos reunidos en casa de una de mis tías para esperar el año nuevo y, como de costumbre, éramos muchos. Todos menos uno: el patriarca.
Hacía cuatro meses que había fallecido mi abuelo, y era como una obligación llorar su ausencia, pero ¿en ese preciso instante? – mis ojos no daban crédito a lo que veían- ¿Tenía algo que ver la hora en el deseo fisiológico de llorar?
Mi cámara de vídeo registró todos los gestos y detalles del fenómeno, que sucedieron según este orden:
Al sonar las doce mi abuela ya tenía una lágrima en cada ojo y, protagonista del drama, no hizo nada por ocultar su dolor, en cambio avanzó decidida hasta el centro de la sala con una decisión tomada: vengar esa fiesta en pleno luto; o quizás no, quizás simplemente desease sentirse acompañada en su soledad de viuda nueva. No quedaba duda de su tristeza; esa abuela mía que no cabía ahora en un solo cuerpo, acostumbrada a andar con dos a cuestas. Pobre abuelita mía, qué pequeña y frágil se veía sin esa protección carnal. Me daban deseos de llorar sólo de verla.
Pero no, yo no podía llorar, yo era la cámara, que por entonces registraba a mi madre que acababa de entrar en el cuadro, contando los segundos en conteo regresivo, mi madre que casi estaba feliz al dar las doce, que aplaudía y saltaba, y giraba a su derecha para encontrarse con la lágrima tentadora, accesible, en el ojo de su progenitora, brillante como cristal de roca, cegadora al contacto con la luz; el rostro de mi abuela desfigurado, a punto ya de escupir esa rabia contenida bajo el disfraz del año nuevo.
Se establecía el contacto visual y ahí se contagiaba mi madre de la pegajosa angustia que poco a poco iría transformando la escena de fiesta en funeral.
¿Qué pensaría mi madre -me preguntaba- al recibir esta orden al desorden emocional, ese llamado, esa obligación, ese compromiso, justo cuando más divertida parecía estar?
La cámara oportuna registró las variaciones en su rostro: primero cerró los ojos, se concentró, comprimidas sus alegrías al vacío, y ahí estuvo, ojos cerrados, inhalando tristeza hasta que estalló, desgarrada, exhalando todo de una única, puñetera vez.
Mientras tanto había avanzado hacia mi abuela, ya lágrima viva, y se abrazaban en medio del caos de año nuevo, vida nueva.
El bloque de hielo que ahora formaban mi mamá y la suya en medio del salón era insalvable, escandaloso, y el frío que despedían helaba el retrato de la nochevieja antes feliz. Todos estaban metidos en el congelador y no lo sabían.
El halo fue extendiéndose y ya eran tres los contagiados, mi tía Loren, la mayor de las hijas, había hecho contacto visual, y se llevaba la mano a la boca, y yo mientras la observaba tras la lente seca de la cámara, me preguntaba:
¿Qué pasaría por la cabeza de mi tía, boca-cerrada-no-entran-moscas, al mirar aquel cuadro triste en el día que empezaba el próspero año nuevo?
Algo muy confuso debía estar experimentando, pero por si acaso, puso el automático y como quien no quiere la cosa pero sí la quiere, sacó sus lágrimas a tomar aire. Después de eso lo que hiciera poco importaba porque la misión estaba cumplida, la señal se había recibido y el mensaje transmitido con rapidez, no obstante yo dudaba, mirando mi reloj, sobre si habría sido capaz de interiorizar, en apenas diez segundos, el motivo de su llanto. Sí, seguro que sí. Aquel incidente no sorprendía a nadie: era la muerte que sobrevolaba el salón. La muerte fresca del abuelo ¿o era una especie de sugestión?
La reacción fue tan breve que ni la cámara lenta pudo detectar el momento del cambio, pero ocurrió. Y lo que siguió ya fue apoteósico, virulento: el escenario se transformó deprisa, las lentejuelas se dieron la vuelta y los coristas, bajo sus nuevos trajes de luto comenzaron a susurrar una letanía, un réquiem que desentonaba con la música de fondo, alegre y desfasada.
Mi cámara continuaba sumando víctimas en aquella noche rara: cuatro, cinco, ¿qué era aquello, por todos lo santos? ¿Acaso una especie de embrujo? El grupo de plañideros (algunos de mis primos y tíos también se habían sumado) se amontonaba en el centro del salón y hacía imposible ver la celebración -con serpentinas y artistas famosos incluidos- que pasaban por el canal seis. De pronto no pude más seguir filmando porque un brazo húmedo y pesado tiró de mí hacia el centro, al meollo lacrimal. Entonces me vi encerrada en una red de brazos y cabezas mojadas, algo así como cuando se reúne un equipo de basket para trazar su estrategia, pero diferente, no había tanto ambiente, o mejor dicho, sí había un ambiente... histérico.
Allí estábamos todos, los más y los menos, en ese mazacote familiar, demostrando cuánto queríamos al abuelo. Todos lo queríamos, lo queremos, de eso no cabe duda, pero yo, que siempre he sido un poco escéptica, me preguntaba: ¿era necesario tanto alarde? Miré hacia arriba, más allá de las cabezas que no me dejaban ver la luz y se lo pregunté: “Abuelo ¿no crees que es suficiente?”. Sí, porque ya empezaba a tener calor: aquel bloque que otrora fuera helado había comenzado a derretirse por cuenta de las lágrimas; el sudor que destilábamos todos en pleno invierno era la prueba de ello. Por eso le pedí al responsable que parara, pero mi abuelo siempre fue un poco sinvergüenza, malicioso vaya, y no iba a cambiar después de muerto.
Yo conocía a mi abuelo, claro, cómo no iba a conocerlo después de convivir durante tres años con él; tres años en los que soporté su caprichoso humor de fiera domesticada, en los que supe de boca de mi abuela acerca de sus andanzas de macho con ínfulas de semental, de sus frecuentes borracheras con amargos finales, así que, de mi abuelo, que no me hicieran cuentos, que estoy casi segura de que fue él quien provocó todo aquel terremoto, porque era un jodedor, y además... porque era un abuelo cariñoso y amaba a sus nietos y a sus hijos, y del fiero boxeador que había sido en su juventud, sólo se acordaba cuando cogía alguna borrachera, pero por lo demás era un viejito lindo y oloroso a colonia, que siempre estaba dispuesto a sentar a alguno de sus nietos en su regazo, y que había hecho mucho para mantener unida a su numerosa familia, y pensando en esto me di cuenta de que mi lente estaba empañada, o sea que yo también me estaba contagiando de virus del abuelo, como se podría denominar a la fiebre que nos invadió aquella noche. Una fiebre líquida, de perdón y de buenos propósitos para el año que empezaba, un baño de lágrimas, un exorcismo navideño, una cadena familiar, en la que todos los que estábamos metidos (incluida mi recelosa cámara) nos sentíamos seguros y queridos, queriendo y queridos, protegidos por la luz del abuelo, más allá de las cabezas, del fin de año.
Ahora, desde la distancia, recuerdo aquel amasijo humano y caigo en la cuenta de que no ha habido otra noche igual, ni la habrá, estoy segura, somos tantos los que hemos emigrado que quizás aquel abrazo era el último, significaba algo y nosotros no lo sabíamos, pensábamos que se trataba sólo de una cadena de reacciones.

viernes, 13 de julio de 2007

El buen nombre

Voy a creer que es cierto eso de la sabiduría asiática. El otro día fui al cine a ver "El buen nombre", película india, y me sentí tan identificada que salí llorando (en mi familia somos así, hidráulicos, como dice Mariana, una amiga).

En realidad experimenté una catarsis pues el filme trataba el tema de la emigración, y en él se mostraba el modo de vida de la India, de alguna manera semejante al de mi Cuba, en su caos, en su carácter ancestral, que no es tan primitivo como podría pensarse sino que simplemente se rige por otros valores, algunos de los cuales, por cierto, se han perdido en las sociedades occidentales en virtud de un desarrollo que no sé yo si es evolución o involución.

Pero volviendo a "El buen nombre", qué belleza de película, qué ritmo tan lento y a la vez intenso, lentitud sólo apreciable por aquellos que saben disfrutar del momento, sensualidad extrema la de esos personajes, contenidos en sus demostraciones de afecto, cuánta espiritualidad en cada ritual, cuánta sabiduría, en resumen.
Por cierto, hablando de rituales y de rutinas, últimamente me ha dado por reflexionar acerca de los rituales, y es que yo crecí en una sociedad que renegó de los rituales, de ciertas tradiciones, entre ellas la religión (el opio de los pueblos según el marxismo) por considerarlos "rezagos pequeño burgueses", frase típica de condena para todo lo que fuera refinado, todo lo que no estuviera a la altura (más bien baja) del pueblo, porque aquello era una revolución "del pueblo y para el pueblo".
Bueno, no entraré a analizar la revolución cubana ahora porque me da pereza y estoy segura de que mi punto de vista sería muy parcial y nunca podría llegar a abarcar todo lo que significó (y continúa significando) este fenómeno social.
Pues como decía, reflexionando (estoy como Fidel Castro, haciendo reflexiones) acerca de los rituales he llegado a la conclusión de que son muy importantes, pues entre otras cosas, la capacidad de llevarlos a cabo es lo que nos diferencia de los animales, aunque, ahora que lo pienso, los animales también tienen sus rituales, los perros orinan siempre que pueden en el mismo sitio, los osos marcan los árboles, las arañas danzan antes de aparearse, los gatos se persiguen, en fín, que mi teoría casi se viene abajo, pero bueno, creo que lo que nos diferencia es la capacidad de crear rituales artificiales, que no responden a una necesidad fisiológica, ni a un reflejo condicionado, sino que dependen más bien de la voluntad.
Me maravilla la capacidad que tienen las diferentes civilizaciones de establecer rituales y respetarlos, la base de la cultura, creo yo, viene de ahí (ahora quizás estoy diciendo una soberana obviedad o un soberano disparate, perdonen los entendidos).
En España he visto más tradiciones que en Cuba, cosa lógica puesto que el mío es un país más joven, en el que, además ha pasado este "huracán" al que anteriormente me he referido, devastando todo lo que oliera a viejo, pero sobre todo, no cabe duda de que el peso de los siglos es algo innegable.
Cuando yo llegué a este Viejo Continente, me burlaba de todo, en mi ignorancia, no entendía por qué había que guardar un respeto por cosas tan intangibles, por qué la gente se vestía (con trajes típicos, con disfraces) para determinadas ocasiones sin que hubiera un premio o una obligación. No entendía el orgullo de los apellidos (aún ese orgullo, cuando es exagerado me mueve a risa), no entendía lo que estaba detrás de cada ritual, para mí San Juan, la Semana Santa, la Navidad, no pasaban de ser cuadros pintorescos y a veces, aburridos. Claro, no sabía que detrás de eso están los ideales, las lusiones y, sobre todo, un motivo casi siempre de índole práctica. Por ejemplo, los carnavales, cuyo origen está relacionado con la limpieza del hogar para evitar enfermedades muy comunes en aquella época como la peste, en fin, que todas las tradiciones tienen su porqué, y eso las hace mucho más bonitas que si han surgido de un simple capricho (que las hay).
Uy, hay que ver qué intensa me pongo los sábados por la mañana, me voy a comer algo, porque creo que me he enrollado demasiado y debe ser por hambre. Luego sigo contándoles de la película (hay que ver lo que da de sí una visita al cine).
Hasta pronto.

miércoles, 11 de julio de 2007

Cambio de planes

Se ha impuesto un cambio de planes inoportuno a mi alrededor, algo que debía suceder no ha sucedido y en su lugar hay una amenaza de vacío, un vacío que no dejaré entrar en mi vida bajo ningún concepto.

A veces las cosas se confabulan para torcerse, como recordándonos que no hay que dar nada por sentado, que en esta vida todo puede cambiar.

Y hay que aceptar esos cambios y adaptarse, al fin y al cabo es la dialéctica de la vida, las cosas se transforman, y el que no se adapta, perece, según Darwin y su teoría de la selección natural.

Así que nada, a adaptarse, que no queda otro remedio.

viernes, 6 de julio de 2007

Las compensaciones

Las compensaciones son algo interesante, algo a estudiar por su carácter místico. Reales o inventadas, nos llegan inevitablemente junto a las desgracias, detrás de ellas.
Hoy no diré por qué pienso en esto, pero publicaré un cuento que me gusta especialmente porque se trata de una historia real, o más o menos real, sobre mi amiga Margaret, que nunca supo que formó parte de una historia. Ahora, continuando con este equilibrio dinámico, el otro día recibimos una invitación a cenar a un sitio muy elegante, por parte de un amigo de ella, una especie de compensación, si se quiere. Lo dicho, es un fenómeno interesante, que la sabiduría popular ha recogido en varios proverbios como aquel que dice: "no hay mal que por bien no venga".

Las compensaciones

Como barco que se hunde, su figura escuálida había sido engullida, poco a poco, por las sábanas olorosas a pus y a medicina. Hacía más de una semana que no podía comer, y aunque intentaba alimentarlo con líquidos y le prodigaba toda serie de cuidados, la madrugada en que dejó de escuchar su respiración quejumbrosa no se alarmó; en el fondo, y a pesar de su amor por él, deseaba que descansase de una vez.
Eran las 5:40 de la mañana y Marga no había pegado ojo en toda la noche, en cambio lo había arropado y se había estado junto a él, susurrándole todas las cosas que quería decirle antes de que se fuera, para que no se olvidara de que lo quería y de lo agradecida que estaba por los años que habían pasado juntos. Sabía que no le quedaban muchas horas, ya era presa del delirio y desde hacía días estaba inconsciente por la morfina. La inanición hacía estragos en su organismo.
A las seis menos veinte dejó de escuchar el zumbido débil y espaciado que la mantenía en vilo, y no se apuró en llamar al doctor, en cambio se abrazó a él, y así estuvo un buen rato, pidiendo los mejores deseos de reencarnación para su vida futura, pensaba que tendría que reencarnar en algo libre, alto, y fuerte, como siempre había sido su marido, militar de carrera.
Después de besarlo lo peinó y le puso un poco de su colonia favorita, para disimular el olor que desprendía su carne enferma y que así el médico no pasase pena por él, ni le rechazase.
Le tomó nuevamente la mano, para comprobar con desazón lo que ya temía, ése momento tan imaginado, que ahora se había transformado, sin embargo, en una leve rutina. Nada del pavor que la paralizaba en sus pesadillas: no tenía pulso y nada más. Suspiró, con las manos de él entre las suyas, volvió a besárselas y se levantó. Con paso lento fue a la cocina, donde se conformó con abrir la nevera a ciegas; toda luz en aquel momento le parecía una impertinencia.
Sacó la tarta que había comprado esa misma tarde, para celebrar su despedida dulce. La colocó en el centro de la mesa, junto a un jarrón con flores frescas, que le había mandado su sobrina desde Escocia.
Tomó, casi sin fuerzas, el teléfono y la voz ronca del médico le hirió los tímpanos. Pensaba que no podría hablar, pero lo hizo, en media hora estaría allí. Pobre doctor, a esa hora y con ese frío. Aquel joven se había portado tan bien con su marido, que éste no hacía más que hablar de su médico a todos cuantos lo iban a visitar, hasta le había hecho ir a comprarle una botella del mejor whisky para regalársela.
Fue a buscar la botella, la tenía reservada para ésa ocasión. La colocó junto a la tarta, y fue directo al baño a arreglarse. No le gustaba que la vieran así, mucho menos el doctor que era de los pocos que la visitaban. Sabía que, a su edad, una mala impresión era determinante.
Volvió pronto para acostarse por última vez junto a él, en la cama, como tantas, y tantas noches. Más de cincuenta años de vida matrimonial habían transformado el dormir en un arte. Él la cubría por la espalda, ella se las agenciaba para quedarse con uno de sus brazos, que con el tiempo había pasado a ser su otra extremidad. Pero hoy él yacía bocarriba, de modo que tuvo que ser ella quien que lo cubriese. Así de lado, se entretuvo observando su perfil; ese rostro que, inevitablemente, seguiría amando hasta que Dios quisiera que se volvieran a unir.
“Si tuviera el valor de irme contigo”- pensó, pero no tenía valor, y además, no era correcto, como tampoco lo era apoyarse demasiado sobre él, que tanto dolor de huesos había pasado en los últimos días.
Aquella enfermedad había terminado por hacerlo extraño; el de los últimos días no era él; de vez en cuando una especie de rabia le transformaba la expresión dulce en un gesto de reproche. ¿Sería posible que le reprochase el no estar enferma también? No. Maldita enfermedad, no me lo harás extraño. No. No cambiarás el recuerdo que tengo de él. Has podido con su cuerpo, pero es suficiente, su alma la entierro yo, cómo y cuando yo quiera, conmigo, en mi tumba, cuando sea mi hora.
Sin quererlo las lágrimas habían comenzado a deslizarse por su mejilla: cómo se puede llorar por lo que no se ha perdido, no es posible… cerró los ojos, el sueño se apoderó de su mente. Dormir para siempre, con él, no llorar, dormir, que el dormir todo lo apacigua, no llorar.
Fue corto y placentero el sueño de la despedida. Él vino a acostarse y la envolvió al igual que todas las noches, imitando una concha que se cerrase, con ella dentro. Cuando se quedó a oscuras vio su cara, la de siempre, la sonrisa discreta que sólo ella conocía, sonrisa de militar. Y entonces ya no eran viejos, corrían por la playa, y no había en el mundo otra cosa que ellos, su amor, sus cuerpos esbeltos y jóvenes que no se cansaban de nadar, uno dentro del otro, en la playa, en la cama, en el centro del mundo, en el origen, en la música que los trajo a la tierra. En la música que sonaba cuando él la sacó a bailar, esa música que de pronto se volvía una campanada, tres acordes repetidos, estridentes, que no le gustaban a su sueño, que se alejaba…
Marga se estremeció en la cama, sintió frío, y otra vez el sonido del timbre, que sólo ahora identificaba. Era el médico, justo ahora que se había quedado rendida, qué aspecto deplorable debía tener. Besó a su amado en la boca, en sus labios que ahora estaban fríos, y dijo que ya iba. Corrió al baño a peinarse. Se miró en el espejo: estaba viva, para bien o para mal, al menos eso parecía.
Y sí, estaba viva. Lo supo cuando el doctor apareció ante sí, y la abrazó como la habría abrazado el hijo que siempre quiso tener, y ella no pudo menos que sonreír por ese regalo del cielo.

lunes, 2 de julio de 2007

Leo y recuerdo

Este cabrón de Yoss, amigo mío, escritor como la copa de un pino, personaje estrambótico donde los haya, me ha mandado un cuento largo sobre las noches habaneras.Ya van dos veces que me manda cuentos sobre las noches habaneras y me deja como si hubiera acabado de pasarme una aplanadora por encima. Será cabrón.
La nostalgia es una cosa rara y yo le he cogido miedo a recordar, estuve tan triste antes que ya no quiero acordarme de esa sensación. Emigrar es así, triste. Es dejar cosas pensando que es temporal cuando en realidad es definitivo, y todo el mundo lo sabe menos tú, y para cuando te vienes a dar cuenta ya es tarde, no puedes regresar a eso que dejaste (y ahora sigue el estribillo, lo que siempre se dice) "porque eso que dejaste ya no existe".
Pero al fin y al cabo, y para no hacer el papel de víctima, intuyo, porque no lo sé a ciencia cierta, que emigrar es catalizar el lógico desapego al que nos conduce la vida. Si nos hubiéramos quedado sufriríamos también, es lo que nos decimos los emigrantes para consolarnos, ya nada es igual, ni para los que viven allá todavía, todo cambia, como la canción, y para que todo cambie y sigamos plantados en el mismo sitio, pues mejor ver mundo, crecer como personas y jugarnos el pellejo (bueno, vale, es un poco exagerado), jugarnos la posibilidad de un resfriado en invierno, viniendo, como venimos, del trópico.
Ya se me pasó, esto de escribir es como un bálsamo.
Pero ahora, ya más reposada, puedo decir que leyendo las vivencias de Yoss, no sé si porque coincidió con mi primera juventud, o si es la forma de vivir en Cuba, yo recuerdo que nunca viví tan intensamente las emociones como cuando estaba allá. Todo era sorprendente, cada día un descubrimiento, cada día una aventura. Era todo tan diferente de aquí, no sé si porque es así o porque nosotros los cubanos hemos soportado emociones extremas, el caos de un país donde no sabes qué más te puede pasar, el caso es que aquí los cubanos experimentamos una cierta apatía. Y quizás es un cliché, pero se nos antoja que todo es de plástico, que todo está dormido, y nos ponemos gordos y nostálgicos, y perdemos ese brillo en los ojos, y no hacemos más que hablar mal de los propios cubanos, que renegar de nuestra idiosincracia caribeña, y el verdadero problema es que hemos perdido el fuego, ése que nos hacía diferentes.
Yo recuerdo cuando regresé por primera vez a Cuba. Ya no era la chica inocente y alegre que había salido de allá hacía menos de un año. Ya estaba en mis ojos el vacío, la catarata triste, la mirada perdida; y en mis labios ya estaba la crítica mordaz, el rayo justiciero de la insatisfacción.
A partir de entonces no tuve paz con Cuba ni con nadie que la habitara.
Hoy soy una persona mucho más preparada, pero no sé si mejor que la que salió de la isla.
Y no tiene nada que ver con el sitio donde estoy, lo digo por si acaso alguien me acusa de mal agradecida.
Irnos de Cuba, perder esa Cuba que teníamos cuando había qué comer y éramos felices en nuestra ignorancia, es lo peor que nos ha podido pasar a los cubanos. Es como dejar secar una planta por no regarla y luego darnos cuenta de que era una planta maravillosa.
Espero que el tiempo nos dé la posibilidad de reconstruirla con nuestras manos.