Anoche cené con escritores. Una cena culta, podría pensarse, aunque de cultura se habló bien poco, paradójicamente se habló más de la gente, del para mí desconocido mundillo literario de altos vuelos, que de otras cosas.
Supongo que la literatura es un tema denso de tratar, incluso para los escritores. Y también supongo que idealizamos la figura del escritor, les atribuimos cualidades que no poseen, los tomamos como modelos de conducta, sin darnos cuenta de que son personas normales como el que más, con la diferencia de que crean o recrean mundos y dedican su tiempo a pensar, hurgar en bibliotecas, leer, cosas que a algunos les resultan difíciles en estos tiempos de prisas inútiles.
Pero también los escritores representan la discordia, no hay que olvidar que son, por definición, seres sensibles y que por eso mismo captan las mejores y las peores vibraciones de su alrededor. Creo que un escritor debería saber callarse a tiempo, pues sus palabras, incluso las más banales, trascienden.
Un escritor, y esto vale también para cualquier personalidad relevante, debería resistir la tentación de hablar por hablar como lo haría cualquier hijo de vecino. Porque cada palabra salida de la boca de un pensador lleva una carga explosiva, para bien o para mal, cuyas resonancias son incalculables.
No pretendo con esto ser moralista, ni criticar la conversación irrelevante de una cena en la que por la fuerza se imponía hablar de cosas fáciles, pues la mesa era bastante heterogénea. Además, Dios me libre de ser plomo y tomármelo todo a la tremenda, que a mí me gusta el cotilleo como a todo el mundo. La reflexión anterior forma parte de una etapa de autoconocimiento y dudas existenciales, y la cena es sólo el pretexto para reflexionar acerca del poder de la palabra, del cómo se tuercen las cosas, cómo se malinterpreta y se condiciona el diálogo a unos prejuicios, a proyecciones. Todas estas ideas me asaltan últimamente.
Y es que me maravilla cómo a veces decimos un simple "hola" y la persona que lo recibe, según sea su ánimo de ese día, puede creer que detrás de ese saludo se esconde algo, y así vamos cayendo en una cadena de suspicacias y malos entendidos que nos llevan a explotar.
Es una verdadera pena no poder gozar de una comunicación llana y saludable, estamos todos demasiado crispados, esta sociedad nos está llevando a la incomunicación por medio de la saturación de los sentidos. No creo que esté diciendo nada nuevo bajo el sol, pero vale la pena estar atentos para comunicarnos con los demás de manera efectiva y asertiva, un término que viene de la psicología.
Ya está bueno de tanta crispación, yo tengo claro que la agresividad no encontrará en mi persona un campo abonado para crecer, allá los que no controlen a sus perros rabiosos.
Supongo que la literatura es un tema denso de tratar, incluso para los escritores. Y también supongo que idealizamos la figura del escritor, les atribuimos cualidades que no poseen, los tomamos como modelos de conducta, sin darnos cuenta de que son personas normales como el que más, con la diferencia de que crean o recrean mundos y dedican su tiempo a pensar, hurgar en bibliotecas, leer, cosas que a algunos les resultan difíciles en estos tiempos de prisas inútiles.
Pero también los escritores representan la discordia, no hay que olvidar que son, por definición, seres sensibles y que por eso mismo captan las mejores y las peores vibraciones de su alrededor. Creo que un escritor debería saber callarse a tiempo, pues sus palabras, incluso las más banales, trascienden.
Un escritor, y esto vale también para cualquier personalidad relevante, debería resistir la tentación de hablar por hablar como lo haría cualquier hijo de vecino. Porque cada palabra salida de la boca de un pensador lleva una carga explosiva, para bien o para mal, cuyas resonancias son incalculables.
No pretendo con esto ser moralista, ni criticar la conversación irrelevante de una cena en la que por la fuerza se imponía hablar de cosas fáciles, pues la mesa era bastante heterogénea. Además, Dios me libre de ser plomo y tomármelo todo a la tremenda, que a mí me gusta el cotilleo como a todo el mundo. La reflexión anterior forma parte de una etapa de autoconocimiento y dudas existenciales, y la cena es sólo el pretexto para reflexionar acerca del poder de la palabra, del cómo se tuercen las cosas, cómo se malinterpreta y se condiciona el diálogo a unos prejuicios, a proyecciones. Todas estas ideas me asaltan últimamente.
Y es que me maravilla cómo a veces decimos un simple "hola" y la persona que lo recibe, según sea su ánimo de ese día, puede creer que detrás de ese saludo se esconde algo, y así vamos cayendo en una cadena de suspicacias y malos entendidos que nos llevan a explotar.
Es una verdadera pena no poder gozar de una comunicación llana y saludable, estamos todos demasiado crispados, esta sociedad nos está llevando a la incomunicación por medio de la saturación de los sentidos. No creo que esté diciendo nada nuevo bajo el sol, pero vale la pena estar atentos para comunicarnos con los demás de manera efectiva y asertiva, un término que viene de la psicología.
Ya está bueno de tanta crispación, yo tengo claro que la agresividad no encontrará en mi persona un campo abonado para crecer, allá los que no controlen a sus perros rabiosos.
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