Bueno, me he atrevido a hacer un artículo de opinión acerca de las elecciones. Ahí va eso.
Caras
Por todas partes veo caras sonrientes que me miran, no, no soy paranoica, ni me he tomado ninguna droga dura, soy una ciudadana de a pie en período de elecciones.
Caras, sólo caras, demasiado optimistas y seguras como para ser reales, sin sombra de duda o de temor, cosa espeluznante, por demás. Cuidadas, maquilladas y, seguramente, retocadas con Photoshop. Intentando salirse del papel, ser menos acartonadas, mirando fijamente a la cámara para lograr el efecto de seguirnos con la mirada, como si del Gran Hermano o la Mona Lisa se tratase.
Caras pidiendo votos, y (sobre todo) auxilio. Sé de buena tinta que a sus dueños no les hace ni pizca de gracia mirarse retrospectivamente y ver la clase de monigotes en que se han convertido. Supongo, quiero ingenuamente suponer, que les entristece el hecho de haber dejado de ser personas normales para convertirse en políticos, profesionales de la hipocresía, de la politesse.
Llama la atención cómo de manera ciertamente irónica, estas expresiones que pretenden ser cercanas, por obra del azar o mal trabajo de los operarios que las pegan, terminan siendo graciosas caricaturas, muy reveladoras de la realidad. No sé a ustedes, pero a mí me marean ya estas caras sonrientes, impasibles en su seguridad primermundista mientras hay tanto por hacer, tanto por lo que sufrir y tanto de qué arrepentirse, en algunos casos. Me repatea la falta de autocrítica, la falsa alegría, el vale todo y ese compadreo que se traen unos a otros los políticos cuando están en los mítines. Parece como si encima de la plataforma perdiesen la vergüenza, el roce con otros correligionarios les aúpa, les hace fuertes y seguros, es el gregarismo llevado a grado extremo.
Menos mal que ya acaba esta representación. Creo que si pudiera votar, votaría al menos eufórico, al más real, al más discreto, pero me sería difícil, y es que todos, absolutamente todos, sonríen descaradamente. Deberían buscarse otro asesor de imagen.
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