lunes, 2 de julio de 2007

Leo y recuerdo

Este cabrón de Yoss, amigo mío, escritor como la copa de un pino, personaje estrambótico donde los haya, me ha mandado un cuento largo sobre las noches habaneras.Ya van dos veces que me manda cuentos sobre las noches habaneras y me deja como si hubiera acabado de pasarme una aplanadora por encima. Será cabrón.
La nostalgia es una cosa rara y yo le he cogido miedo a recordar, estuve tan triste antes que ya no quiero acordarme de esa sensación. Emigrar es así, triste. Es dejar cosas pensando que es temporal cuando en realidad es definitivo, y todo el mundo lo sabe menos tú, y para cuando te vienes a dar cuenta ya es tarde, no puedes regresar a eso que dejaste (y ahora sigue el estribillo, lo que siempre se dice) "porque eso que dejaste ya no existe".
Pero al fin y al cabo, y para no hacer el papel de víctima, intuyo, porque no lo sé a ciencia cierta, que emigrar es catalizar el lógico desapego al que nos conduce la vida. Si nos hubiéramos quedado sufriríamos también, es lo que nos decimos los emigrantes para consolarnos, ya nada es igual, ni para los que viven allá todavía, todo cambia, como la canción, y para que todo cambie y sigamos plantados en el mismo sitio, pues mejor ver mundo, crecer como personas y jugarnos el pellejo (bueno, vale, es un poco exagerado), jugarnos la posibilidad de un resfriado en invierno, viniendo, como venimos, del trópico.
Ya se me pasó, esto de escribir es como un bálsamo.
Pero ahora, ya más reposada, puedo decir que leyendo las vivencias de Yoss, no sé si porque coincidió con mi primera juventud, o si es la forma de vivir en Cuba, yo recuerdo que nunca viví tan intensamente las emociones como cuando estaba allá. Todo era sorprendente, cada día un descubrimiento, cada día una aventura. Era todo tan diferente de aquí, no sé si porque es así o porque nosotros los cubanos hemos soportado emociones extremas, el caos de un país donde no sabes qué más te puede pasar, el caso es que aquí los cubanos experimentamos una cierta apatía. Y quizás es un cliché, pero se nos antoja que todo es de plástico, que todo está dormido, y nos ponemos gordos y nostálgicos, y perdemos ese brillo en los ojos, y no hacemos más que hablar mal de los propios cubanos, que renegar de nuestra idiosincracia caribeña, y el verdadero problema es que hemos perdido el fuego, ése que nos hacía diferentes.
Yo recuerdo cuando regresé por primera vez a Cuba. Ya no era la chica inocente y alegre que había salido de allá hacía menos de un año. Ya estaba en mis ojos el vacío, la catarata triste, la mirada perdida; y en mis labios ya estaba la crítica mordaz, el rayo justiciero de la insatisfacción.
A partir de entonces no tuve paz con Cuba ni con nadie que la habitara.
Hoy soy una persona mucho más preparada, pero no sé si mejor que la que salió de la isla.
Y no tiene nada que ver con el sitio donde estoy, lo digo por si acaso alguien me acusa de mal agradecida.
Irnos de Cuba, perder esa Cuba que teníamos cuando había qué comer y éramos felices en nuestra ignorancia, es lo peor que nos ha podido pasar a los cubanos. Es como dejar secar una planta por no regarla y luego darnos cuenta de que era una planta maravillosa.
Espero que el tiempo nos dé la posibilidad de reconstruirla con nuestras manos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

flaqui, me gusta leerte.
te quiero

Yvette dijo...

bueno, bueno, mas de lo mismo, que no por repetitivo deja de maravillarme cada escrito sobre cuba, sobre nosotros. nos desnudamos en letras y sentimientos.
ando por aca leyendo, saludos, Yvette