En uno de esos días en que trabajaba para el último número de la revista, el de Navidades (el más asquerosamente consumista de todo el año, para incitar a la gente a gastarse el dinero en esa loca carrera de los regalos navideños), me tocó ir a ayudar en una sesión de fotografía de moda de fiesta. Nada menos que al Hotel Son Vida, uno de los hoteles más caros de Mallorca. Para las fotos nos dieron la suite "Loewe", una suite más grande que mi apartamento donde todo es de esa marca. Figúrense que por cinco botellas de agua nos cobraron la cifra de ¡30 euros!, (que pagó la empresa, of course). Y vino a traernos el agua una mayordomo ¿o mayordoma? estos vocablos no los domino muy bien, vestida con levita y todo. Absolutamente decadente, digo yo. Claro, supongo que esto lo digo porque no soy millonaria, que si lo fuera a lo mejor no me importaría. Pero creo que no, definitivamente si fuera millonaria gastaría mi dinero en cosas más edificantes, útiles, no en toda esa parafernalia que no es más que un teatro, una representación en la que lo único que vale es ver quién tiene (o aparenta tener) más dinero. Qué esnobismo, por Dios. Bueno, les dejo con unas fotos de ese día.
¿Ven la colchita de pelos? Pobres animalitos.
Los vestidos de la modelo, todos de marcas como Valentino, Chanel, etc. Cada uno de ellos costaba como mínimo 6.000 euros. ¡Que me coja yo gastándome ese dinero en un vestido!
La modelo.
La modelo.
El salón y la terraza de la suite.
5 comentarios:
Tienes toda la razón , a mí me parece obsceno que la gente pague tanto por las cosas ,pero ya sabes que a algunos les gusta aparentar. Yo no me gastaría en un vestido eso ni harta de vino como se suele decir.
¡Feliz año nuevo!
Lo mismo para tí, amiga. La palabra que has usado me parece la adecuada: obsceno. Un saludo y a pasarla muy bien mañana.
A mí me ocurre exactamente lo mismo cada vez que veo los precios de las ropas que ya no serán las que usaremos en la próxima temporada, porque de ser así, los diseñadores súperpijos y súper mega guays, o sea, esos de pelo blanco y pipa en cabestrillo, no tendrían cómo mantener el súper mega obsceno nivel de vida que se dan a costilla de la ingenuidad de la gente en la sociedad de consumo.
Para no hacerte largo el cuento, el día de los santos difuntos, voy con mi marido
al cementerio de una aldea perdida de Galicia, que es donde está enterrado su padre, para acompañarlo a la misa que el cura del pueblo oficia en este camposanto todos los años a las cinco de la tarde por el alma de los que allí reposan. En mi mente habanera, cuando pienso en ir al cementerio de una aldea, se dibujan vaqueros y jerseys calentitos y cómodos con unas botas sin tacones, ideales para transitar sobre los terrones que bordean las viñas del camino que obligatoriamente haremos a pie, porque los coches no caben por sus estrechísimas calles.
Pero estaba tan equivocada que todavía me da risa recordarlo.
Tarde comprendí que ese día, y en ese lugar, los lugareños y sus parientes, -antes guajiros que ahora viven en la ciudad- acostumbran acudir con sus mejores galas para lucirlas en ese evento social, en esa pasarela mortuoria que la ocasión de los difuntos les ofrece.
Ya antes de salir para la ceremonia, la tía de mi marido me advierte que si no voy a llevar el bolso, pero yo le respondo -cubana yo-, que para qué, si allí no lo voy a necesitar. Y ella me dice, -gallega ella-: que mucha gente viene al pueblo a lucir sus zapatos nuevos y sus bolsos.
Una vez allí, comprendí que el diablo sabe más por viejo que por diablo, y que mientras el cura intentaba hacerse escuchar, sus piadosos feligreses estaban ocupadísimos comentando los vestidos ajenos, el pelo de la ex-modelo del pueblo y supongo que algo le habrá tocado a la cubana por su atrevimiento de aparecerse así, en plan campechano y sin bolso, con cara de a quién no le guste como voy que le eche azúcar.
Más de una vez he recordado la facilidad con que nos vestíamos en Cuba, con un vaquero pescador y unas sandalias de cuero que dejaban ver nuestras piernas morenazas por el sol y demostraban que lo que natura nos dio, era mucho más apetecible que los trapos con que nos cubríamos, -sin demasiado éxito, también es cierto.
Más de una vez me he sentido como la versión femenina de Mister Bean cuando me faltan manos para sujetar al mismo tiempo un bolso enorme -regalo de mis cuñadas-, un paraguas, el abrigo, la bufanda, el pelo que el aire me mete en los ojos....como dirían acá: ¡la hostia! y como diríamos en Cuba: ¡del carajo!
Y luego no nos entienden cuando nos ataca un gorrión más largo y pesado de sobrellevar que un tren cañero al mediodía.
En fin, felices fiestas a todos, en especial a la creadora de esta página y que el próximo sea un año mejor con algunas dinosaurios de menos.
Los alemanes gastaron este an~o 3500 millones de Euro en regalos para el 24 de diciembre. Qué locura!
Isaeta, qué graciosa tu anécdota y qué patética esa muestra de la vanidad humana sin límites, incluso cuando se trata del día de los difuntos.
Yo aquí también me he tenido que adaptar a la moda y te confieso que cuando no llevo bolso me siento como rara, es la costumbre. Y a abrigarme no hay quien me gane, que el frío no me gusta ni un poquito. Pero bueno, sin exagerar.
Gracias por tus saludos y este año seguimos en contacto.
Aguaya, es una verdadera locura, y la mitad son cosas inútiles.
Así va el mundo.
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