viernes, 10 de agosto de 2007

Envidia

Encontraré a mi muerte un día de estos,
quién sabe si más tarde o más temprano.

Me mirará pasar arrepentida
de no haberme llevado por la fuerza
a su casa de puertas siempre abiertas
a quien quiera llegar,
mas infranqueables,
para aquellos que penan por salir.

Mi muerte se preguntará al mirarme
qué hago yo aquí en el mundo de los vivos
con tanto desconsuelo en la camisa,
tanta melancolía en los bolsillos.

Charlaremos en torno a los negocios,
canjearemos:
soledad por tristeza.

Me propondrá compartir su apartamento:
"queda allá no muy lejos
del centro del olvido”.

Tal vez así nos aburramos más,
quizás hasta lleguemos
a divertirnos menos.

Yo quedaré confusa con la oferta;
nunca antes había pensado en eso
de hacer con mi tristeza transacciones.
Poner un puesto en pleno cementerio
de angustias y deseos reprimidos.

Y al calor de la próspera ganancia
mi muerte empezará sin darse cuenta
a tomarme cariño.

Y (ya lo veo venir), ya lo imagino
que un día nuestro fructífero negocio
se encontrará de luto, pues mi muerte
se habrá suicidado, dejándome una nota:
“eres más muerte que yo,
lo reconozco,
me es imposible conmorir contigo”.

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