martes, 2 de octubre de 2007

El trance

Este juego que inventamos es muy bueno
pues juega con nosotros sin saberlo,
utilizamos la vanidad del otro y ¡mire usted!
la nuestra se ha salido por los poros

Claro que ya no sé si mi indecencia
esta pose de poetisa trasnochada
se originó en mi ser, o fuera de eso
que reconozco como mis atributos.

Fue el auditorio que exigió otra víctima
otra cabeza más para encumbrarla
y, por supuesto, luego, hacerla añicos,
o colgarla para que los incautos
sepan a qué atenerse si se lanzan
a leer poesía frente a otros
sin estar preparados para el trance:
vertiginosa izada hacia las cumbres
del Olimpo, de las musas
donde te invade un éxtasis supremo
que dura lo que dura tu entusiasmo,
o lo que seas capaz de resistir
equilibrista expuesto a los azotes
de quienes te encumbraron falsamente
para luego escupirte a los zapatos,
zarandearte, vengarse a través tuyo
de lo que les pasó por vanidosos
o lo que no les pasa, por cobardes,
por no tener aplomo, ni entusiasmo
o las dos cosas: juventud y ganas
de merendarse el mundo de un bocado.

2 comentarios:

General Electric dijo...

El final es de lujo. Hay cierta violencia en algunas cosas que escribes... como si estuvieras cabrona con el mundo y le tiraras todas tus sartenes por la carota

Ivis dijo...

Es cierto que hay violencia, pero a veces me parece que esta violencia viene bien, al menos a los poemas, porque sino serían muy iguales los unos a los otros, demasiado planos.
Gracias por la observación.