Esta música triste me recuerda la adolescencia, el descubrimiento de los boleros en aquellos clubes de mala muerte donde por diez pesos podías sentarte con tu pareja en un lugar tan oscuro que apenas te veías las manos. Adolescencia tierna y dolorosa. Edad de los trabajos y los descubrimientos, de los amores que no (nunca) se olvidan.
Los clubes de la Habana. Esas cuevas infames donde nos refugiábamos, a falta de lugares mejores, en busca de la adecuada oscuridad y de la música, no siempre buena. En aquellos asientos tipo tren había que tener cuidado al sentarse para no salir embarazada, pues es de sobra sabido que muchas parejas iban allí a hacer el amor. De ahí que el camarero tuviera que anunciarse con una lucecita en sus escasas incursiones a la zona de los asientos, si no quería llevarse una sorpresa. No porque el sexo fuera algo novedoso para ellos; porque, ¿qué no habrían visto -me pregunto- aquellos camareros que nos miraban con condescendencia y nos dejaban pasar (yo cabizbaja), o nos cobraban las bebidas (momento en que mi acompañante se hacía el hombre)? Supongo que se preguntarían qué hacía un par de adolescentes en aquella pocilga, pero estaban curados de espanto y eran, ante todo, discretos como tumbas.
Ya entonces a mí comenzaron a atraerme esos sórdidos lugares, aquella decadencia de ron malo y música melódica: esos boleros descorazonadores, ese fílin que me sembró en el pecho la semilla de angustia que luego fue creciendo hasta matarme. El olor a cigarro concentrado, el aire frío y húmedo, siempre bienvenido en aquella ciudad acalorada, los baños sin espejos, desangelados y hediondos; hedor que se quedó por siempre en mi memoria, bendita suciedad que evoco ahora para encontrar entre sus desechos sanguinolentos las huellas de mi ser aquella primavera en que mi cuerpo supo por fín lo que era ser amado y deseado. El ron seco y amargo como el gusto de la tristeza. Tristeza tenue, como la luz de aquel recinto, al saber que la noche -la bellísima noche- no era eterna. Desvergüenza de asaltar los bancos de los parques y rodar por la hierba protegidos por un rosal que hacía de inútil cortinaje, ebrios de alcohol barato y ciegos de deseos de clavar esa cruz en la montaña -aquello que creíamos la cima y que en realidad no era más que el principio de la cuesta escarpada que siguió-. Rosa Passos sigue desgranando boleros ¿o es bossa nova?, son las seis de la mañana y esta noche se ha ido como siempre que hay una noche buena; y los malditos pájaros ya se han despertado y los rayos del sol me espantan los recuerdos. Pero apago la luz y sigo en penumbras. Esta noche ha de dar más de sí, puede eclipsar al día si yo me lo propongo y cierro los oídos al estúpido canto de los pájaros que nunca cantarán como lo hace ahora Rosa, desgarrándome con su voz taciturna. ¿Por qué este desencanto, Rosa? ¿Acaso tú puedes decírmelo? ¿Qué nos duele tan profundo que nos hace tener ganas de encender y fumarnos un cigarro? Es el piano el que ahora nos trastorna y nos devuelve al territorio torpe del rubor. Ahora que los pájaros callan, que se han dado cuenta de que era muy temprano. Ahora voy y recuerdo un beso largo y puro, beso de adolescencia, de querer mucho más y no atreverse, y me quedo con su delicadeza y voy adormeciéndome, deseando que este momento perdure y me salve de tanto día erróneo, errático, de este sol que me hiere las pupilas y brilla sin saber que hubo otras lunas que fueron más benévolas, y muchísimo más evocadoras.
6 comentarios:
Ivis, es muy bueno lo que has escrito. No sólo por la impecable literatura, sino por la manera en que logras dialogar y llevarte bien con tus sentimientos. Y que otros, como yo, podamos vernos reconocidos ahí.
Saludos,
Verónica
Pues muchas gracias, Verónica.
Bienvenida a este blog. He estado mirando el tuyo y parece muy interesante. Te añado a mi blogroll.
Un saludo.
Si señora Ivis...asi se hace me gusta mucha, un besito.
Gracias, Gina. Otro para tí.
ay de aquellos clubes del Vedado de mi adolescencia, ahora con tanto detalle me los has rescatado de la penumbra...esos besos precoces entregados en los pullman de La Red, el Turf, el Olokkú, la Zorra y el Cuervo...el sabor del hielo inmerso en el licor dulce de menta, pero no asocio este recuerdo con Rosa Passos sino con la voz melosa de Roberto Carlos, un beso animoso
Gracias por recordarme los nombres, Betty, y pensar que muchos de esos clubes todavía subsisten, ahora como especies de discotecas, pero con los mismos pullman, o al menos con la misma oscuridad. ¡Ah, la menta! desde que me fui de Cuba nunca más he pedido esta bebida. Y mira que me gustaba, cogí unos pedales con menta... Y claro que yo recuerdo también a Roberto Carlos y su gato que está en el cielo. Qué cursi, por tu madre. Pero tienes que escuchar a Rosa Passos, es "una pasada" (que viene de Passos).
Abur.
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