jueves, 12 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. La guerra de todo el pueblo

Con el permiso de los aseres, vuelvo a colgar este fragmento que ya puse una vez en su blog.

En el medio del pasaje había una campana colgada de un poste de la luz, no se trataba de una campana cualquiera ni tenía por función dar la hora o llamar a los feligreses a misa. Era una especie de misil hueco y desfondado que contenía un pedazo de cabilla colgado de una soga y servía para dar la alarma en caso de guerra. El fantasma de la guerra planeaba sobre mi cabeza desde que tuve uso de razón, y creo que al resto de mis contemporáneos les pasaría igual. Sólo con el tiempo llegué a comprender que no había tal peligro, y que la guerra no era más que un comodín.
Pero entre tanto la campana estaba ahí, justo en medio de la calle y a la vista de todos. La había instalado William, que tenía manía de militar. Dentro de su colección de cacharros se encontraba este pedazo de misil o balón de oxígeno -nunca se supo exactamente lo que era- que aportó muy complacido. Si por casualidad alguna vez sonaba la campana, el corazón se encogía, luego siempre respirábamos con tranquilidad cuando descubríamos que se trataba de algún gracioso del barrio que la hacía sonar y luego se daba a la fuga. ¡Pobre de él si lo pillaban! Esta campana tenía una particularidad: aunque estaba hecha para sonar, no podía ejercer su principal función porque estaba prohibido. Yo misma alguna vez me acerqué tímidamente y la hice sonar muy bajito, pues su presencia constituía un desafío para la muchachada, algo así como colarse en los patios ajenos.
Todos esperábamos que de un momento a otro sonase la campana llamándonos a los refugios. Yo pensaba que, de haber una guerra, me escondería debajo de la cama, hasta que terminara. Aquello se me antojaba una fiesta, me imaginaba que ese día no tendría que ir a la escuela, y que estaría toda la familia reunida, como los domingos. Lo único que me preocupaba eran mis abuelos, que estaban en otra provincia, pero suponía que, dado el caso, les daría tiempo a venir.
Al principio mis pensamientos sobre la guerra eran alegres e irreverentes, me la imaginaba como una fiesta, algo así como cuando venía un ciclón y no había que ir a la escuela. Con los años comencé a darme cuenta del peligro a que supuestamente estábamos expuestos, pero sólo podía pensar en estar cerca de mi familia cuando sucediera. El miedo más grande era caer en un refugio subterráneo y no encontrar a los míos. Pero no temía a la muerte, no sabía lo que era, así que cómo iba a temerla.
Nunca había estado en un refugio, aunque siempre me había gustado la oscuridad. Por ese motivo no me daban miedo esos lugares, que imaginaba estrechos y sucios, con luz artificial pero oscuros. A lo único que temía era a las cucarachas, porque seguro habría cucarachas, al fin y al cabo, era debajo de la tierra.
Tenía yo seis años cuando en 1983 pasó lo de Granada. La radio y la televisión divulgaron la noticia de que las tropas americanas habían reducido a un grupo de civiles cubanos que estaban en aquel país para construir un aeropuerto. La noticia era falsa, pero eso no se supo hasta después, en aquel momento un locutor con voz fúnebre comunicaba al pueblo que había caído el último patriota, abrazado a la bandera cubana, todo un héroe. Aquello era como una telenovela, de esas que tan bien digeríamos, recuerdo que en aquella época mis abuelos estaban pasándose una temporada en nuestra casa y mi abuela lloraba junto con mi tía, muy pendientes del televisor. Yo por supuesto no entendía lo que pasaba. Cuando pregunté y me dijeron que había muerto un grupo de cubanos seguí sin entender. Pensaba: “pero si no los conocen”, y llegué ingenuamente a preguntárselo: “abuela, ¿y tú conocías a ese hombre?”, y aún recuerdo su respuesta entre sollozos: “¡no, mija, pero eran cubanos que cayeron peleando por la patria!”. Ahí literalmente se me cruzaron los cables, por más que me esforzaba no podía entender aquel llanto por una causa tan ajena y tan rara.
Total, que daba igual que hubiera llorado porque luego se supo que la noticia era falsa, que los constructores no se habían inmolado como se suponía, sino que el ejército norteamericano los había hecho prisioneros, se habían entregado, para ser más exactos. Vaya fiasco, ni muertos sobre la bandera ni nada de eso, se rajaron en buen cubano.
Pero el fantasma de la guerra siguió planeando sobre mi niñez y llegó a volverse tan habitual que daba risa. Creo que si ahora utilizasen un nuevo vocablo para definir el horror me daría más miedo. Nos preparábamos para la “guerra necesaria”, o “la guerra de todo el pueblo”, términos realmente sórdidos, sobre todo si forman parte de la cotidianeidad de un niño.

6 comentarios:

Al Godar dijo...

Ah Ivis, que lindos recuerdos!
Cuando la guerra era solo un pretexto para jugar.
Yo nunca he creido en el peligro de una invasion de USA a Cuba.
Se que hay muchos que lo ven como una posibilidad muy real y otros como un pretexto para mantener al pueblo entretenido. Creo más esto último.
Saludos,
Al Godar

Ivis dijo...

¡Gracias, Al! Yo también lo creo así, es más lo segundo que lo primero.
Un saludo, hermano.

Betty dijo...

Sí, Ivis, a tus contemporáneos les pasa igual...de niña, como vivía en la costa misma de Alamar, tenía un sueño (más bien pesadilla) recurrente que era ver en el horizonte la silueta de muchos barcos que venían a desembarcar...es verdad que la idea de la invasión está ahí latente desde edad temprana para los que crecimos en Cuba. Aún hoy "de grande", siento pasar aquí en Madrid aviones bajitos o helicópteros y digo la popular frase "ya llegaron"...y en la oficina nadie me entiende.
Es un miedo real Ivis, te acostumbras a vivir con eso y está ahí "embedded".

Ivis dijo...

Hola chicos, encantada de ponerles un enlace, ahora mismo me doy un salto por el blog. Me encanta el cine, y más si es cubano.
Gracias.

Ivis dijo...

Betty, qué trauma ¿no? Yo la verdad nunca lo viví tan intensamente, pero creo que otra gente sí. Para mí fue como un juego infantil, por suerte.
Un saludo, guapa.

Isaeta dijo...

Lo peor es que la guerra que se esperaba de afuera, nunca llegó: y la cosa terminíó siendo la guerra de todo el pueblo..... pero contra todo el pueblo.


"....por no pasar, ni pasó la guerra."
Pueblo blanco - Serrat