Los veranos en el pasaje eran la mar de divertidos. Si bien no contábamos con ninguna playa cerca donde poder jugar y refrescarnos, los niños no la echábamos en falta, pues si algo caracterizaba a los vecinos del pasaje era la alegría y la jodedera. No había sitio para el aburrimiento en ese mundo.
En las tardes de verano no era raro que el pasaje quedara totalmente cerrado a la circulación. Y esto sin que nadie pidiera permiso a las autoridades, ni porque fuera un día especial, simplemente se colocaban contenedores de basura en cada esquina y en el centro ponían, de un extremo a otro, una net de volleyball y se armaba la cosa. Si algún carro intentaba pasar, simplemente le hacíamos señas de que la calle estaba cerrada, y a otra cosa mariposa.
Todos participábamos de los torneos, ya fuera como jugadores o como espectadores, aunque a mí por la edad casi siempre me tocaba mirar, porque según mi tía, aquellos"mangansones" podían darme un mal golpe.
Los jugadores del barrio se tomaban muy en serio los torneos, incluso había árbitro, casi siempre algun mayor. Las discusiones por los puntos eran sonadas, aunque afortunadamente nunca trascendían el marco del juego, y es que en general los vecinos eran bastante pacíficos.
Como no lo he dicho antes lo hago ahora: el pasaje hacía honor a su nombre, era un atajo para llegar desde la calle Getrudis a la larguísima Continental, y justo en la esquina estaba la parada de la única guagua que llegaba por aquellos predios, así que no era raro que los juegos fuesen interrumpidos por los transeúntes que se bajaban de la guaga, algunos de los cuales incluso se embullaban e improvisaban unos saques, o dejaban sus cosas aparte y se metían de lleno en el juego.
Nuestra casa tenía una situación privilegiada, justo en el medio de la calle y con cierta elevación, así que no era raro que en días como estos nuestro portal se transformase en grada desde donde ver el juego. Si había sed, mi tía preparaba limonada para todos, y a veces sacaba pan con aceite y sal o pan con mantequilla, cosa que agradecían especialmente los sudados jugadores.
Cuando caía la noche, la gente volvía a meterse en sus casas a hacer sus deberes, pero si era sábado, la fiesta seguía de portal en portal. El de mi casa, por supuesto, era el que siempre congregaba a los vecinos a una tertulia abierta a la que bien podían incorporarse los que pasaban por la calle. Todo comenzaba cuando mi tía salía con su cesta del tejido o su revista Sputnik y se sentaba en su sillón a tejer o a leer. Luego venía Ana, la de enfrente y le daba conversación sobre cualquier tema intrascendente. Entonces Nena, mi vecina de al lado se metía en la conversación desde su portal, sentada en su respectivo sillón, o llegaba Anisita con sus cosas desde un poco más allá. Y ya estaba montaba la tertulia, sólo faltaba que alguien colase café y lo trajese en un plato con varias tazas, para todos, la noche era una fiesta de palabras, en la que todos disfrutábamos: desde los más pequeños hasta los grandes. Todos teníamos derecho a opinar, salvo en algunos temas "de mayores" que ya se cuidaban ellos de disimular.
Las conversaciones podían ser de lo más diversas: chismes del barrio, chismes de artistas, de moda, de música, del amor, de muertos y aparecidos (éstas me gustaban especialmente), y cualquier tema que estuviese de actualidad. Casi nunca se hablaba de política, o al menos no se creaban grandes discusiones, aunque sí se hablaba de chismes políticos, pero puedo decir si mi memoria no me traiciona que en la Cuba de entonces y en los estratos humildes como ése, la gente no se cuestionaba mucho sobre el futuro. La gente estaba cómoda con lo que tenía, con ese bienestar modesto y, sobre todo, con su seguridad. El futuro estaba garantizado (en apariencia), y la gente era sana y agradable. Aunque quizás eran mis ojos infantiles los que lo veían todo color de rosa. Quizás desde mi estatura yo no alcanzaba a ver lo que se cocía en el interior de cada casa, o de cada mente, porque por más que fuéramos una gran familia, detrás de cada muro cada cual escondía, y muy bien, sus secretos.
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