Este es el poema que Caballero Bonald le dedica a su parte cubana.
Reluce el mármol veteado
entre la pomarrosa y el laurel
y algo como una suave gasa malva
deja sobre los mates barnices de la tarde
un voluptuoso amago de siesta femenina.
Una mujer de grandes ojos dulces
destaca entre los tórridos difuminos del patio
con un lánguido gesto de intimidada
por la inminencia de la fotografía.
Erguido junto a ella hay un niño
en cuyos tenues brazos zozobra una fragata
y a su lado una negra de pechos presurosos
sostiene una cesta de frutas
que parece ofrecer a algún oculto rondador.
Es utensilio extraño la memoria.
Evoco ahora lo que no he vivido:
una estirpe de nombres lentamente criollos
resonando en las ramas prenatales.
Esa es la abuela Obdulia y ese es mi padre
y esa es la casa familiar de Camagüey,
adonde yo llegué una tarde crédula
en busca de un ramal de mi autobiografía
y sólo hallé la cerrazón, el vestigio remoto
de un apellido apenas registrado
en las municipales actas de la infidelidad.
También yo estoy allí, huelo a melaza
rancia y a sudor de machetes,
oigo las pulsaciones grasientas del trapiche,
los encrespados filos de la zafra,
siento la floración de un mestizaje
que a mí también me alía con mi propio deseo.
Cuánto pasado hay
en esa omnipresente estampa familiar.
Mientras más envejezco más me queda de vida.
José Manuel Caballero Bonald
2 comentarios:
China, no me has visto, pero he estado, no he entrado pero he sentido, e incluso he estado a punto de explotar y todo ha sido en vano
¡Chino! Ya se te extrañaba. ¿Qué es eso de Bally? A mí me gusta más Bali. Un día vas a tener que decirme quién eres. Pero no pasa nada, a mí también me gustan las sorpresas.
Publicar un comentario