domingo, 8 de junio de 2008

Pasaje cadena azul. Niña grande

Yo fui una niña triste y sin embargo no se notaba nada. Logré hacerme invisible para no molestar a mi gente, que bastante ocupados estaban en sus cosas. Mi tía siempre decía: "Ivisita no da lucha, es una niña tan buena...". Siempre fui callejera; cuando no estaba en casa de Nena saltaba a la de Aimée, y sino, me iba a jugar con mis primas y su pandilla, que ya eran mayores, a cualquier casa del pasaje. Así aprendí a bailar casino, a jugar dominó, damas, parchís, a cantar las canciones de moda, y otras cosas de mayores sin que nadie me enseñara. Cuando llegaba mi mamá del trabajo, le contaba los chistes verdes que había aprendido con una naturalidad que mi pobre madre no sabía si echarse a reír o a llorar. Entonces mandaba a llamar a mis primas y las castigaba: "¿Quién le enseñó eso a la niña?", preguntaba enojada, y yo me sentía como una traidora. En los días que seguían, mis primas no querían llevarme con ellas, y yo tenía que resignarme a jugar con Alina y Aimée, que no sabían malas palabras y se acostaban a las ocho con la calabacita. Pero eran buenas amigas, traviesas, aunque a su manera y sólo cuando sorteaban los innumerables castigos que les imponían sus escrictos padres: por dejar los juguetes regados, por hablar alto, por faltarle el respeto a la abuela... Y aunque con estas limitaciones, también nos divertíamos mucho jugando a sanos juegos infantiles, siempre bajo el ojo avisor de su madre o de su abuela Cuquita.
Pero mis amigas no siempre estaban en su casa, la mitad del tiempo se la pasaban donde sus otros abuelos, así que yo volvía a quedarme sola y ante la tentativa de tenerme pululando por mi casa como alma en pena, mi tía me autorizaba a ir con mis primas y yo volvía a las andanzas que tanto me gustaban.
Recuerdo un día en particular en que algo raro se cocía en el ambiente; los muchachos hablaban en clave y me miraban con caras escépticas, y yo sin enterarme de nada. Sólo entendía que mi prima Sisi decía: "Ella no dice nada", y Alfredito, el chico de al doblar decía: "¿Tú estás segura? Mira que si nos cogen..." Y Sisi, "no chico, no. No dice nada, te lo digo yo". Y así hasta que Danilda tomó la iniciativa y me preguntó:

- ¿Tú sabes guardar secretos?
Y yo, con cara de yo no fui:
- Sí. ¿Por qué?
- Porque te vamos a llevar a un lugar pero no puedes decírselo a tu mamá ni a tu tía. Si lo dices no vienes más con nosotros.

De más está decir que prometí no contarlo y así lo hice. Con tremendo misterio fuimos hasta la esquina y nos internamos en la casa de Magdalena, que tenía una hija contemporánea con mis primas. Era la primera vez que entraba a esa casa oscura, Magdalena estaba para el trabajo y Yaquelín, la hija, nos invitaba a pasar. Seguí a los muchachos hasta el patio y allí, con mucho sigilo, nos instalamos. Yaquelín entonces se paró sobre el bloque que utilizaba Magdalena para subirse y ver lo que acontecía en el pasaje. Y una vez que dio la orden de que no había moros en la costa, los chicos empezaron a organizarse. Aquello era una maratón de besos, y yo era la espectadora de excepción. La pandilla se había organizado cuatro parejas y el reto consistía en ver cuál de ellas duraba más enroscada en un beso. Mi prima Sisi, que al parecer no había encontrado pareja, tenía un reloj en la mano con el que medía el tiempo y vigilaba desde el puesto de mando que no fuese a venir Magdalena.
Yo no daba crédito a lo que veía, los chicos se habían quedado pegados mientras mi prima contaba los minutos. ¡Vaya juego más tonto!, me dije, y cogí una piedrita de tiza y me puse a dibujar. Aquello duró cerca de diez minutos, pero para mí fue interminable. No entendía mucho, pero algo sabía y ese algo me decía que estaba presenciando algo prohibido. Al final ganaron Yanet y Alfredito, que duraron un montón de minutos sin separarse. Yo perdí el interés desde aquel día y con el tiempo fui perdiéndolo cada vez más y más. Los chicos habían crecido y ya no jugaban a cosas divertidas, se la pasaban hablando de novios, oyendo música y haciéndose los bárbaros. No obstante tomé nota de todo este aprendizaje de la vida, que luego practiqué con mis compañeritos de juegos, cuando me tocó el turno de aleccionarlos.

2 comentarios:

Al Godar dijo...

Buenas memorias. Y recuerdo cosas parecidas. De mas o menos esa misma epoca es mi catorce...
Saludos,
Al Godar

Ivis dijo...

Gracias, Al, este es, a partir de ahora, mi taller particular.
Ta bueno el "Catorce".