Los sábados empezaban así: yo me despertaba invariablemente a eso de las diez u once de la mañana, daba igual si en el patio las clientas de mi tía llevaban más de una hora vociferando. Iba al frigidaire y cogía mi pomo de yogurt que ya estaba preparado. Me lo empinaba acostada en el sofá mientras veía los muñequitos. No sé si vale la pena aclarar que usé biberón hasta eso de los siete años, porque a mi madre le era más cómodo despertarme llevándome el desayuno a la boca cuando tenía que ir a la escuela, así se aseguraba de que me espabilase pronto (y yo nunca me quejé). Lo de tomar yogurt fue porque una vez, de bebé, me cayó mal la leche y un médico dictaminó arbitrariamente que era alérgica. De modo que nunca más, hasta que cumplí como 12 años, tomé leche. Decía que no me gustaba, pero la realidad es que no lo sabía. Mis pobres padres zapateaban la Habana en busca del subproducto lácteo, que compraban a cualquier precio, y hasta aprendieron a hacerlo, y todo para que ahora yo me beba litros y litros de leche. Ironías del destino. El caso es que me tomaba mi yogurt, que llamaba "el abur", y me preparaba para salir a jugar.
Cruzaba la calle con la esperanza de que ese día mis amigas no se hubiesen ido de paseo con sus padres, o no estuviesen castigadas. Cuando llegaba a la verja, el corazón me daba un vuelco; rezaba para que no me abriese la puerta Cuquita, pero al parecer no rezaba muy bien porque enseguida que tocaba me salía ella con su cara de pocos amigos. Entonces yo esbozaba mi mejor sonrisa y decía educadamente: -Buenos días, Cuquita, ¿están las muchachitas? Y ella, desanimada como siempre, me miraba de arriba a abajo y, o me decía que volviera al rato, o que ese día no podían jugar -lo que me dejaba desconsolada- o, si había suerte, iba a llamarlas a su cuarto (nunca les gritaba desde la sala como habría hecho mi tía).
Cuando Cuquita me miraba así, de arriba a abajo, yo supongo que pensaba: "ya está la pendenciera esta de nuevo", pero ella era muy educada y se limitaba a decirme con voz de general: "espéralas aquí". Yo no me movía y casi ni respiraba hasta que llegaban ellas, con sus risas, a sacarme de mi posición de "firme". Con ellas todo era diferente, no eran remilgadas, aunque sí muy educadas. Nos queríamos mucho, éramos como hermanas. Ellas siempre me trataron como a una más de la familia, y con el tiempo también sus padres y hasta Cuquita me llegó a coger cariño. Si tocaba merienda, yo también merendaba de las delicias que nos esperaban: tostadas con mantequilla, mermelada con queso, helado, cosas que en mi casa eran impensables. Yo tenía mi orgullo y en principio siempre decía que no. Mi madre me había advertido de que pedir era de mala educación. No obstante cuando insistían, cedía, porque siempre he sido golosa.
Nunca nos aburríamos. Jugábamos a las casitas, a la escuelita, a los médicos. La casa se transformaba en el gran escenario de nuestras representaciones. La sala era la consulta médica, el comedor, la sala de espera, y yo me las agenciaba siempre para meterme debajo de la mesa. Me gustaba esa oscuridad, esa sensación de entrar en una cueva, a salvo de las miradas de la gente. Aquella mesa de caoba con su mantel protector me hacía las veces de tienda de campaña. Allí montaba yo mi campamento y desde allí dirigía las operaciones de negocios de las que ya hablé, cuando jugábamos a las casitas. Yo empezaba siempre con una muñeca fea, la más fea de todas, y casi sin ropita ni accesorios (peine, cepillo, cunita). Entonces no sé cómo, de la noche a la mañana, terminaba con una muñeca pequeñita, que era la que más me gustaba, pues era pelirroja, de ojos azules y estaba vestida de rosado. Era la más perfecta. Aunque ahora me avergüenza decirlo, creo que les hacía chantaje emocional, supongo que me había tomado a pecho el poema de Martí, "Los zapaticos de rosa" en la parte en que Pilar se encuentra una niña pobre y le da su aro, balde y paleta. El caso era que terminaba teniendo de todo, y lo mejor era que mis amigas acababan contentas y hasta se peleaban por darme sus cosas. Yo era realmente astuta, ahora que lo pienso. Sí, astuta, porque muy guerrera nunca fui, la verdad, Maritza, la madre, siempre sacaba a relucir en las conversaciones lo bien que nos llevábamos su hija menor y yo, porque Aimée siempre tuvo mucho carácter, "e Ivisita es tan dócil" le decía a mi mamá.
Cuando fuimos creciendo ya lo de jugar a las casitas no nos gustaba mucho, eso "ya no se usaba" -aunque de vez en cuando nos daban arranques de nostalgia y (a escondidas) sacábamos las muñecas de los cajones y jugábamos, pero ya había contenido adulto en las conversaciones, aunque las niñas siempre estaban atrás en temas de educación sexual. Recuerdo cuando llegué y les conté acerca de la mala palabra "huevo". Y ellas me contestaron al unísono, con cara de asombradas -¿Huevo? Y Alina, que siempre fue lenguaraz corrió a decírselo a su madre: -¡Oye, mami, lo que dice Ivis, dice que huevo es una mala palabra! ¿Verdad que no? Yo quise que la tierra me tragase. Pero Maritza, que siempre se caracterizó por su discreción, apenas levantó la vista de su bordado. Simplemente dijo: -¿qué va a ser una mala palabra? Un huevo es lo que ponen las gallinas. Y a pesar de que el incidente quedó ahí, yo me sentí apenada y la vergüenza me duró unos cuantos días. Imaginaba que un día iba a llegar y no me iban a dejar jugar con las muchachitas, pero no podía hacer nada contra mi educación caótica, aunque me molestaba que en las reuniones del comité, Ricardito, que era el presidente (y muy amigo de Cuquita) no me diese el distintivo de niña modelo. La familia modelo era la de mis amigas. Probablemente porque las once de la noche no era la hora más apropiada para acostarme, y a ellas, las pobres, las acostaban con la calabacita, mientras que a mí mi padre tenía que rogarme para que me durmiese, y eso, ya cuando había sonado el himno nacional.
6 comentarios:
Qué curioso eso del biberón hasta los siete años. Yo hago lo mismo con mi hija porque a ella le encanta y porque me es cómodo que se despierte con su leche con cereal y miel que se bebe en un instante. Mi consuelo es pensar que nadie llega a los 15 mamando en biberón.
Lo otro, es lo de la familia modelo. Hoy me llegó de la escuela con unas buenas notas y una observación de la maestra:
"No siempre cumple las normas". -decía.
Qué decirte, no pude disimular que más que contrariarme, me encantó descubrir que tengo un pichón de rebelde en casa, que a pesar de sus siete años ya comprende que a veces las normas son muy injustas y que se hicieron también para saltárselas de vez en cuando....
Finalmente, habría que ver dónde están ahora las hijas de Cuquita y dónde estás tú....
Un saludo. Me gustó tu cuento de infancia.
Isaeta, querida, hacía tiempo que no sabía nada de tí. He pasado por tu blog y sufrido con el perrito cada vez. Pues qué bueno que tu niña es rebelde, eso le traerá dolores de cabeza pero le ahorrará muchas falsedades. ¿Qué edad tiene, por cierto?
Bueno, con respecto a mis amigas, lo cierto es que son excelentes mujeres, madres de familia y seguimos siendo amigas, lástima la distancia, que lo separa a uno un poco, pero yo sé que e cuanto nos veamos vamos a ser las mismas.
Y con respecto a mí... yo no sé ni dónde estoy, jajaja. Ojalá tu boca sea santa.
Un besito, espero seguir con los cuentos del pasaje hasta aburrirlos.
Ivis: Llevaba días queriendo leer tu novela, pero entre una cosa y otra, lo iba dejando hasta hoy, que he estado trabajando, sóla y aburrida y he decidido darme una vueltecita por aquí...y menuda sorpresa que me he llevado leyendo todo esto, de pasar de leerla, ahora no la puedo dejar. Me voy viendo reflejada en cada relato, voy recordando a mis amigas de la infancia, jaja, algunas en EE.UU, otras en Cuba, en España, casadas, divorciadas, con hijos, yo con nada de lo anterior!! El único personaje que me falta, cuando me voy recreando tú guión en mi película, es mi abuelita Lelina (Laudelina), pero cualquiera la llamaba con cualquier nombre. Pero mis amigas la llamaban: "la pesá" y mira que tenían razón, era un soldado de infantería...bueno, para qué contarte, sería algo así como hacer "otra tragi-novela". Recuerdo, además porque desgraciadamente aún me sucede, que no me impusieron nunca disciplina para dormir, como mis padres trabajaban lejos de casa y eran "militares", podía fácilmente pasarme 5 días sin prácticamente verlos, por cuanto, la niña se dormía cuando quería y no se levantaba cuando debía. Te diré que te superé en eso del biberón (para mi: pomo de leche). Yo tomé leche en pomo hasta los 10 años, (la misma edad hasta la que de vez en cuando me hacía "pipi" en la cama). Por consecuencia, ahora mi sonrisa vislumbra con unos preciosos dientes "echaos pa´ lante", pero bueno, me han salido buenos, no se me han roto y no tienen caries, jeje.
Pues las chicas de mi barrio se reunían a jugar en un "parqueo" de uno de los edifícios, donde vivía la líder del grupo, la mayorcita y además, la que más mal me caía, era super dominante, al igual que yo, gracias a los patrones de mi querida abuelita. Yo tenía muchos juguetes, muchos, quizás como mis padres no me veían mucho, los juguetes no me faltaban. Pero a mi nunca me gustaron las muñecas, ni los juegos de las casitas. A Fabiencita le gustaba la pelota, las bolas, la bicicleta, el dominó, el bádminton, operar a los animales, inyectarle agua a las plantas, los cogidos y los escondidos, el pón, los pasadizos, el juego del campismo, así como a ti, con tiendas de campaña, las mías las hacía entre las dos camas, pero mi abuelita me las derrumbaba, porque casi siempre jugaba con mi vecina de los altos, Ivón, que era hija de un "preso político" y con quien yo no me podía relacionar...pero ya era yo rebelde y la metía en mi casa sin que mi abuela se diese cuenta, pero...imagínate cuando nos veía juntas y escondidas bajo las viejitas y traslúcidas sábanas blancas, qué estaríamos haciendo tan malo?! Seguro que atentábamos contra la seguridad de nuestra revolución socialista o la niña de 9 años me inculcaba propaganda reaccionaria o me captaba para ser "gusana", no sé, la cuestión es que me derrumbaba una y otra vez, mi cueva, mi camping, mi escondite, donde mi amiga y yo, simple e inocentemente "jugábamos". En resumen de lo anterior, me gustaba pasarme el día "mataperriando", me gustaba jugar con los varones. Mi mamá estaba preocupada porque yo era una "marimacha", imagínate si la niña sale "lesbiana",decía a mi padre, pero para suerte de todos, la niña siempre ha sido una heterosexual muy bien definida.
Mi ídolo era mi padre, yo era su sombra. Me enseñó a hacer de todo, pero de todo lo que le tocaba a un varón. Me enseñó a nadar, a armar y desarmar armas de fuego rusas y nos ibamos al campo de tiro a "afinar la puntería". Me enseñó a cambiar bombillos, grifos, a montar bici, a limpiar el coche (carro) y luego me enseñó a conducir y junto a ello, mecánica y todo lo que tuviera que ver con carros. Mis novios siempre me han dicho "el machito" y yo ocn orgullo lo he aceptado, porque me encanta ser como mi padre, que tuvo la oportunidad de estudiar muy poco, sin embargo yo lo considero un tío super inteligente. Bueno, ya te dejo, porque me estoy pasando de época y además porque siempre termino en lo mismo: mi padre. Será que este 20 de Junio hizo 6 años de su muerte, es increíble, siempre me pongo triste, pasará el tiempo y no dejaré de necesitarlo. Un beso grande Ivita, sabes que te quiero. Fa
Faby, qué lindo que hayas leído el proyecto de novela. Gracias por todo lo que me cuentas, por compartir conmigo tus recuerdos.
Imagino cuánto debes extrañar a tu papá, un padre es algo insustituible.
Así que a tu abuelita le llamaban "la pesá", pobrecita. Oye, ¿por qué no te embullas y escribes algo sobre tu infancia y lo publicamos aquí? o ¿por qué no te haces un blog? Yo te ayudo.
Mi niña, un beso grande, espero que nos volvamos a ver este verano, ¿vienes o voy? Mua.
Oye, pues vas a tener que enseñarme algo de mecánica, que no entiendo nada de nada. Chao.
Ivis, casi me matas de risa con lo del perrito. Es que yo.... tampoco sé muy bien ya dónde estoy. Habrá que cambiarlo y retornar a hablar de "la cosa" que se ha puesto mala también por acá, pero allá sigue siendo la misma "cosa" de siempre; aunque ahora con la variante de que el Coma andante en blogguer ha resucitado para venir a meter las narices en nuestros comentarios.
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